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Dres. Segura y Martín Zurro: «Iatrogenia y sobrediagnóstico»

El sobrediagnóstico, como ocurre también con la denominada medicina defensiva, lo realizan los sanitarios no por el bien del enfermo, sino "para evitar litigios y reclamaciones", a juicio de los autores de este artículo, Dres. Segura y Martín Zurro. Este tipo de actuaciones provocan efectos adversos complementarios, lo que técnicamente se llama iatrogenia, una causa de enfermar que, como recomiendan los autores, "nos conviene mucho controlar y prevenir". A todos estos aspectos dedican una sesión la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) y la Organización Médica Colegial (OMC ) este miércoles en Barcelona, en el marco de la cuarta conferencia internacional de prevención del sobrediagnóstico

Dr. Andreu Segura, vocal de Grupos de Trabajo de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS); y Dr. Amando Martín Zurro, vicepresidente de la Fundación Educación Médica (FEM)

 
No hay duda de que la medicina nos proporciona muchos beneficios, algunos de los cuales eran impensables hace bien poco tiempo.  Lo que explica, al menos en parte, que cada vez esperemos  más de sus aplicaciones en la práctica. Aunque en algunos casos estas esperanzas van más allá de la lógica y del sentido común. El problema es que alientan un intervencionismo médico desaforado que no está libre de  consecuencias negativas. Y las peores no son los costes económicos.  Porque al incrementar su complejidad y su capacidad de transformación, también han aumentado los efectos adversos que sus intervenciones producen. Efectos adversos que acostumbramos a asociar a errores y negligencias,  pero que, sin olvidar su importancia,  muchas veces no tienen que ver con ellos. Es más, algunos de tales efectos adversos que a veces denominamos secundarios, son inevitables.  Porque no pueden disociarse de los efectos benéficos que buscamos con un determinado medicamento o intervención. Como la cara y la cruz de una moneda. 
 
Hace apenas unos meses unos investigadores de la Universidad Jhons Hopkins de Baltimore,  confirmaban en el BMJ la estimación que Bárbara Starfield  publicaba en la revista JAMA ahora ha hecho dieciséis años. Los efectos adversos de la práctica médica serían la tercera causa de muerte en los Estados Unidos de América del Norte. Más que las atribuibles a los accidentes de tráfico, al cáncer de mama o al SIDA. 
 
Precisamente uno de los aforismos médicos más célebres es el «primum non noccere» — primero no hacer daño –que aun cuando se atribuye a Hipócrates lo debemos a un  médico francés del siglo XVIII que endosaba la frase a una supuesta versión latina (de Galeno) de los tratados hipocráticos, como nos cuenta  Gonzalo Herranz, especialista en ética médica.
 
Pero como es natural, si siguiéramos la sentencia  al pie de la letra,  renunciaríamos a los tan beneficios de las intervenciones médicas.  Por lo que mejor  asumir que todas las intervenciones sanitarias tienen ventajas e inconvenientes, al menos potencialmente.  De donde conviene una  valoración adecuada de los posibles  beneficios y perjuicios antes de tomar cualquier decisión práctica.  
 
Tener en cuenta los potenciales efectos adversos no nos debe llevar al nihilismo, pero tampoco a temeridades como exponerse a decenas de medicamentos. Tampoco a centenares de pruebas complementarias del diagnóstico en busca muchas veces de la tranquilidad de un resultado negativo verdadero.  
 
Una de las causas del sobretratamiento, que desde luego comporta también iatrogenia, es precisamente el sobrediagnóstico. Una cuestión de la que se ocupan desde hoy y hasta el próximo jueves, los participantes en la cuarta conferencia internacional de prevención del sobrediagnóstico que tendrá lugar en Barcelona, bajo los auspicios de la Agencia de Evaluación y Calidad Sanitaria de Cataluña.
 
El sobrediagnóstico reclama prudencia y sensatez para la práctica médica y sanitaria. Porque comporta considerar enfermos a quienes  no lo son y además exponerlos también a los potenciales efectos adversos de unos tratamientos superfluos. El sobrediagnóstico es un ejemplo de las limitaciones del  progreso médico que pese a su espectacularidad nunca llega al conocimiento absoluto de la realidad. Un hito que tal vez se nos escape siempre porque cuando la ciencia consigue una respuesta acostumbra a enfrentarse a unas cuantas preguntas  más.
 
El sobrediagnóstico se parece a la figura gramatical de la sinécdoque, que consiste en tomar la parte por el todo, como cuando decimos América por los Estados Unidos de Norteamérica. Así, una anormalidad analítica que en un tiempo se asociaba biunivocamente a una enfermedad, por ejemplo una grave displasia celular  – que antes sólo se obtenía de los casos desarrolladosy con manifestaciones clínicas — no tiene porque evolucionar forzosamente hacia un cáncer que sin tratamiento nos llevará a la muerte inexorablemente. Hay lesiones que no evolucionan o lo hacen muy lentamente pero que con los conocimientos actuales no sabemos si lo harán o no. El sobrediagnóstico no es, pues, un resultado falso positivo.
 
Lamentablemente el sobrediagnóstico, como ocurre también con la denominada medicina defensiva, lo que hacen los sanitarios no por el bien del enfermo, sino para evitar litigios y reclamaciones, conlleva efectos adversos complementarios, lo que técnicamente se llama iatrogenia, una causa de enfermar que nos conviene mucho controlar y prevenir.
 
El programa de la citada cuarta conferencia internacional incluye una sesión  a cargo de un grupo de trabajo que reúne profesionales de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) y de la Organización Médica Colegial (OMC ) este miércoles, 21 de septiembre.
 
Cuando la mayoría de los estímulos para el funcionamiento del sistema sanitario y de la sociedad en general promueven el intervencionismo, hablar de la iatrogenia y el sobrediagnóstico no resulta cómodo. Intereses económicos y profesionales se sienten interpelados  y por ello, no es raro que se consideren alarmistas las noticias y las reflexiones sobre los daños atribuibles a la medicina y la sanidad. O que algunos digan que hablar de ello es  un freno para el progreso científico. Pero el progreso es más genuino cuando los avances del conocimiento y de la técnica se aplican de manera que los efectos adversos se reducen al máximo. De hecho esta es la legitimación social de la existencia de las corporaciones profesionales. Garantizar a la sociedad el ejercicio más adecuado de la profesión y velar por la seguridad de los pacientes que tratamos.
 
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