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Dr. Vicente Andrés: “Médicos y filósofos; Francisco Sánchez «El Tudense»”

El Dr. Vicente Andrés, Doctor en Medicina, Diploma Superior en Bioética y Máster Universitario en Filosofía Práctica, analiza, en este artículo de opinión, los médicos como filósofos. “Si se es médico, se es inevitablemente filósofo, otra cosa es que cada cual se percate de ello o luego desee seguir esa veta, pero el ejercicio de la profesión lleva de modo inexorable a la filosofía”, señala

He dudado en el plural del título, pero luego me ha parecido correcto porque en este aspecto no es posible singularizar, sobre todo cuando lo buscado es aludir al colectivo profesional. Claro que se puede tratar un caso de médico filósofo concreto, como luego se verá, pero solo a modo de ejemplo, porque el foco ha de ponerse sobre la totalidad de los profesionales.

La conjunción y el orden también tiene un sentido. Si se es médico, se es inevitablemente filósofo, otra cosa es que cada cual se percate de ello o luego desee seguir esa veta, pero el ejercicio de la profesión lleva de modo inexorable a la filosofía, como argumentaré. Lo anómalo es que, dada esta propensión a filosofar, no se incluya la Filosofía de la Medicina como disciplina imprescindible que abriría la mente para un aprendizaje adecuado de la Ética como filosofía práctica que es, y también favorecería la ampliación del espectro de las humanidades médicas que se completaría con la Historia de la Medicina, ya presente en los currículos. Las tres facilitarían la comprensión mutua e inculcarían actitudes que, sin duda, repercutirían en una mayor humanización de la práctica médica.

En la Historia de la Medicina podemos encontrar múltiples ejemplos de «médicos-filósofos», con obras escritas a horcajadas entre una y otra disciplina; si no eran autores, sí estaban cercanos a un filósofo importante que, de diversa forma, impregnaría su teoría y su práctica. ¿Qué hay en común entre una y otra? Pues que ambas comienzan por hacerse una pregunta que inquieta a quien observa la realidad y que precisa de una respuesta para buscar una solución al problema que se plantea. Se dirá que esto es común a las ciencias y así es, pero hay una diferencia entre estas y la medicina respecto a la filosofía, es que el médico se pregunta por el principio y el final de la vida del ser humano, como lo hace el filósofo, con la salvedad de que aquel se ha de enfrentar directamente con el nacimiento y la muerte de una persona, en tanto que el filósofo no. De ahí la preeminencia de la medicina sobre la filosofía; pero, de manera retroactiva, esta ayuda a aquella ?preguntándose por el sentido de la vida? a la comprensión de ambos fenómenos, hasta donde viene siendo posible.

Claro que no todas las especialidades médicas tienen el mismo contacto con el ser humano y los fenómenos de vida y muerte que nos ocupan. Las hay que ni siquiera tienen contacto con el enfermo. Otras solo lo tienen cuando la afección es de su especialidad y rara vez asistirán a su muerte, es posible que ni siquiera puedan seguir la evolución del paciente, según las circunstancias que se vayan dando. Claro que esto no les impide filosofar y formarse en las denominadas Humanidades Médicas, si lo desean. Sin embargo, hay especialidades en los que la Ética y la Filosofía están en la base misma de su práctica. No es necesario enumerarlas, pero me estoy refiriendo a aquellas que han de asistir al ser humano desde que viene a este mundo hasta que se va, sin olvidar lo que hay entre estos dos puntos vitales y que requieren, generalmente, por la enfermedad individual, del acompañamiento, del tratamiento y del cuidado hasta la resolución del problema clínico o, si no la hubiera, al exitus letalis, si se me permite la denominación clásica.

 Sé que no estoy solo en esta conjunción «médico-filosófica». Es obvio que esto forma parte activa del interés de los historiadores de la medicina; sin embargo, en mi experiencia como alumno no capté ?quizá no era el momento? esta peculiaridad; fue más adelante, desde mi práctica profesional, cuando nació esta necesidad que me llevó a realizar el doctorado en esta área del conocimiento y realizar estudios de filosofía, después. Autores como P. Laín Entralgo, JM. Reverte Coma, P. Skrabanek, D. Gracia, HR. Wulff, T. Bunge o más recientemente, C. Saborido, me han ido guiando en el proceso de aprendizaje que empezó en los años ochenta del pasado siglo.

Hasta donde alcanza mi conocimiento, esto comienza en la antigua Grecia con Alcmeón de Crotona y más tarde continúa con nuestro conocido Hipócrates (460-380 a. C.) ?uno de los autores, no el único, de los Tratados Hipocráticos? contemporáneo de Sócrates y Platón, que no se debe confundir con el Hipócrates del Protágoras (310b), que presenta al sofista a Sócrates, diferenciándolo de «el de Cos, de los Asclepíadas» (311b), al que ya se reconoce su fama como médico. Los autores hipocráticos tienen en común «el pensamiento médico y la idea del arte de curar»[1]. Conciben la medicina como téchne (arte); implican a la phýsis (naturaleza) en la enfermedad y los remedios, con lo que tienen una idea «fisiológica» de la enfermedad; saben que el arte de curar tiene sus limitaciones; consideran el principio de «favorecer y no perjudicar»; hacen de la sensación del cuerpo un criterio y toman conciencia de la dignidad de la profesión[2]. Como podemos apreciar, de acuerdo con Laín, estamos ante una medicina muy actual.

Otra figura significativa, Galeno (129-21/216 d. C.), escribe un tratado titulado Que el mejor médico es también filósofo, en el que empieza criticando a los médicos del momento, por no cumplir lo que Hipócrates recomendaba (se ha de entender lo incluido en el Corpus Hippocraticum)   y que atribuía a que no leían sus obras. En esta búsqueda del médico ideal establece «un paralelo absoluto entre médico y filósofo»[3].

Dando un salto en el tiempo encontramos a otro médico para quien la filosofía es imprescindible. Se trata de Francisco Sánchez (1551-1623), nacido en Tuy, según declaración propia fechada en octubre de 1573. Formado en Montpellier, ejerció en Toulouse toda su vida. También apodado «El Escéptico», motivado por su obra Que nada se sabe (1575), aunque no se puede decir que perteneciera a esta escuela de pensamiento en sentido estricto. En esta obra pretende fundamentar el conocimiento científico, al estilo antiguo que «consiste en acumular ejemplos ilustrativos de una aserción»[4].

Se han perdido diversas obras de este autor. Laín, en su Historia de la medicina, lo cita en el apartado del «Humanismo médico»[5], junto a Gómez Pereira, Huarte de San Juan y Francisco Valles, mencionando la obra referida. Pero el de Tuy publica en 1585 otra obra de interés para la medicina y la filosofía, estando ya en Toulouse, adonde había llegado en 1575 desarrollando allí su mayor conocimiento filosófico, sin menoscabo del aspecto médico al que me voy a referir a continuación. Ya el título indica que el contenido va a oscilar entre ambas disciplinas: Sobre la duración y la brevedad de la vida y cuyo método, en opinión de Carlos Mellizo, descarta la pertenencia al escepticismo[6].

En el aspecto filosófico discute con Aristóteles y su tratado Sobre el alma. Con Galeno lo hace en aspectos médicos. A partir del capítulo IX empieza a desarrollar su teoría ocupándose del alma y del cuerpo para basar en el alma la duración o la brevedad de la vida, en general, para luego repasar lo característico de los seres vivientes en particular, enunciando una intención: «a fin de unir la medicina con la filosofía, mostraremos algunos preceptos generales, en virtud de qué máxima razón puede producirse la vida del hombre»[7].

Correlaciona la producción del calor y la humedad internos, claves para la vida, con la alimentación y la nutrición que equilibran la relación entre estos principios. Vistas las «causas internas», enumera las «causas externas» que permiten la vida. Y del mismo modo, las causas internas de la muerte son la separación de lo cálido y lo húmedo, puesto que con su unión se mantiene la vida, siendo las causas externas fortuitas. Para reforzar sus tesis cita a Hipócrates: «las circunstancias y los agentes exteriores producen muchísimas enfermedades». También tiene un hueco para advertir de los peligros de dejarse llevar de lo que hoy denominamos «pseudociencias», a cuyos practicantes denomina «magos y Prometeos». Se ocupa de las pasiones del alma, como causa de prolongación o acortamiento de la vida y las enumera: ira, lujuria, gula, timidez, alegría, envidia, soberbia, desidia. Apela a no dejarse arrastrar por estas pasiones y recomienda no dar consejos más que a personas juiciosas e independientes, porque «quien es esclavo de otro o de sus propias necesidades, no puede vivir de acuerdo con su libre arbitrio». El tratado finaliza con una disertación dirigida a «quien esté en posesión de su juicio y quiera conservar su salud» recomendándole lo que hoy denominamos hábitos de vida saludable y con una relación de lo que debe evitarse, para prevenir la enfermedad[8].

Así, en líneas generales, este galenista, que no olvida el hipocratismo, nos está dando un esbozo estructural de aspectos que siguen, en cierto modo vigentes, apoyándose en la experiencia médica y el conocimiento filosófico. Esta es una época curiosa de nuestra medicina en la época de los Austrias, en mi opinión, digna de conocerse.                      

[1] Laín Entralgo P. (1987) La medicina hipocrática. Madrid: Alianza, p. 423.

[2] Ibidem, pp. 423-426.

[3] Martínez Manzano T. (2008). «Introducción» a «Que el mejor médico es también filósofo», en Galeno. Tratados filosóficos y autobiográficos. Madrid: Gredos.

[4] Sánchez Manzano A. (2020). «Presentación» de Que nada se sabe. Madrid: Tecnos, pp. 9-10.

[5] Laín Entralgo P. (1994). Historia de la medicina. Barcelona: Salvat, pp. 251-252.

[6] Mellizo C. (1982). «Prólogo» a Sobre la duración y la brevedad de la vida. Tuy: Museo y archivo histórico diocesano, p. VIII.

[7] Op. Cit., p. 31.

[8] Ibidem, pp. 45, 54, 58, 59, 75, 77, 82.

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