lunes, julio 8, 2024

Portal informativo de la Organización Médica Colegial de España

InicioOpiniónDr. Vicente Andrés: "La preceptiva en la profesión médica, su lugar y...

Dr. Vicente Andrés: «La preceptiva en la profesión médica, su lugar y su sentido»

El Dr. Vicente Andrés, Doctor en Medicina, Diploma Superior en Bioética y Máster Universitario en Filosofía Práctica, analiza, en este artículo de opinión, la preceptiva en la profesión médica, su lugar y su sentido

Por preceptiva se entiende un conjunto de preceptos aplicables a determinada materia. Solo con esta definición ya podríamos apreciar que hay un lugar para el establecimiento de una serie de preceptos adecuados para el ejercicio de la profesión. Como adjetivo, esta preceptiva iría en una doble dirección, como un conjunto de preceptos y como un mandato que encierra en sí el «obligado» cumplimiento.

Desde una perspectiva ética, que asocia la libertad de elección y decisión, la preceptiva constituiría una serie de recomendaciones hechas con la finalidad de mejorar el ejercicio profesional, pero no es un código, ni menos una ley; por lo tanto, el profesional sería libre de enjuiciar si tales preceptos se adaptan a la idea que él tiene sobre cómo ha de conducirse y relacionarse con los demás participantes en la práctica de la medicina.

Ahora bien, cabe preguntarse cuál es el origen de una preceptiva médica y cuál es su sentido; esto es, buscar su razón de ser y su finalidad para averiguar si es determinante a la hora de la práctica profesional. Este «filtrado» de preceptos nos podría conducir a una codificación, esto es, a la elaboración de unas normas que, ahora sí, habría que seguir en lo concerniente a cumplirlas o incumplirlas y que serían objeto de sanción por parte del Colegio correspondiente.

Con todo, una preceptiva y la codificación deontológica son más amplias, desde una perspectiva ética, que la legislación que regula las cuestiones profesionales, que, sin embargo, el profesional no puede, ni debe ignorar.

En esta búsqueda de los preceptos que afectan al médico, siempre hemos de recalar en el Corpus Hippocraticum, si bien podríamos hacerlo en otras fuentes, es aquí en los clásicos de la civilización occidental donde encontraremos más afinidades. En el Corpus, encontramos un tratado titulado «Preceptos»[1]. Según los filólogos, no es un tratado de la época hipocrática, sino del siglo l-II d. C.[2] Las dudas y discusiones entre los especialistas fueron provocadas por el contenido de algunos de los preceptos que recordaban al hipocratismo. Esto en sí mismo tiene un valor. Que 400 o 500 años después de la aparición histórica de los hipocráticos ?con algunos tratados fechados en los ss. V-IV a. C.? que esa forma de ver la conducta del médico y la relación con el enfermo siguiera vigente, induce a pensar que hay un continuo en lo que a la ética médica se refiere. Por ejemplo, afirmar que «la experiencia debe preceder al razonamiento»[3] hace de la medicina una actividad eminentemente práctica, oponiéndose a la mera especulación filosófica sin repercusiones en la actividad del médico. Cuando se escribe esta obra, Atenas y Alejandría han ido perdiendo influencia, pero los médicos y la medicina griegos gozaban de aprecio en la hegemónica Roma, garantizando así la continuidad de la medicina hipocrática.

Sobre este conocimiento práctico de la medicina, afirma Laín Entralgo que el diagnóstico hipocrático «no podía tener otro objetivo que el conocimiento técnico de la realidad del enfermo, en tanto que enfermo»[4], y que el tratamiento del paciente se regía por tres principios básicos: «ser útil al enfermo, abstenerse ante lo imposible y atacar terapéuticamente la causa del daño»[5]. Todo ello de acuerdo con la máxima de «favorecer o no perjudicar»[6].

Enmarcada en este contexto, «Preceptos» es una obra corta en 14 capítulos, que López Férez resume en tres grupos relativos a la observación y experiencia (capítulos 1-2); a la práctica (capítulos 3-13); y a otros diversos materiales (capítulo 14)[7]. Su lectura, aun para el médico actual, sigue siendo muy ilustrativa, a la par que demuestra, en general, una actualidad permanente. En forma muy resumida, es interesante llamar la atención de lo que parece ser el meollo de cada capítulo.

Empieza con el siguiente aserto «Tiempo es donde hay momento oportuno y momento oportuno donde el tiempo no es mucho» (1). Se está refiriendo, como continúa explicando, a la búsqueda de la curación diferenciando entre el tiempo del «transcurso», esto es, la evolución de la enfermedad en el paciente y el tiempo del «momento oportuno» para intervenir. En ese punto temporal es donde el médico puede cambiar el curso natural de la enfermedad, al menos el que se le supone. ¿Cómo conseguir ese punto preciso y ajustado a la realidad evolutiva?, por medio de la experiencia perceptiva, del recuerdo de situaciones análogas y la atención precisa. No desdeña la teoría, pero considera que esta debe estar supeditada a la observación, de manera que la realidad no quede desfigurada por aquella, porque las consecuencias para el enfermo pueden ser nefastas si la inexperiencia del médico viene a ser suplida por la teoría.

Así, pide al médico que se atenga por completo a los hechos que la realidad le muestra y se ocupe de ellos (2). La decisión de lo que va a administrarse al enfermo será útil y beneficiosa, si se tienen en cuenta el máximo de matices que el paciente presente en la manifestación de la enfermedad que le aqueja (3). Es imprescindible llegar a un acuerdo con el que sufre y no se puede empezar hablando de los honorarios o del salario, por no preocupar y agobiar más a quien ya sufre una afección, sobre todo si es aguda. Considera que «es mejor hacer reproches a los que se han salvado, que atosigar a los moribundos» (4). Los «enfermos que aprecian lo extravagante, (…), se merecen despreocupación, pero no castigo». El médico no puede ser inflexible en su opinión, ni dejarse llevar por creencias inamovibles, ha de adaptarse a la novedad que en el enfermo tenga lugar (5). También ha de procurar «no incurrir en un exceso de inhumanidad» considerando las condiciones de vida y los recursos del paciente y atender a los extranjeros y pobres; «si hay amor a la humanidad, también hay amor a la ciencia» (6). La falta de formación médica impide percatarse de lo dicho anteriormente, un buen médico es compañero de la ciencia, pero no evita llamar a otro médico cuando se encuentra ante un caso difícil (7). No es indecoroso, ante un apuro con el enfermo por falta de experiencia, hacer una consulta común con otro médico más experimentado. Y no deben discutir o ridiculizarse porque «jamás el juicio de un médico debería rivalizar con el de otro» (8). «Somos  directores de lo que es menester para la salud» (9). Agradar es digno del médico y le da prestigio, pero sin ostentación (10). Es necesario memorizar los síntomas y su significado, así como la aplicación de los instrumentos (11). Si hay que dar un discurso, evitar la retórica, esta le resta mérito y denota incapacidad (12). Respecto a los médicos de escaso saber, hay que atenderles cuando hablan, pero oponerse a ellos cuando actúan (13).

El capítulo 14 es una miscelánea de recomendaciones a seguir y también a evitar, que Littré consideraba que carecía de conexión con el resto del tratado[8] pudiendo ser un añadido. Con todo, también contiene afirmaciones y recomendaciones que interesaba tener en cuenta.

He hecho un resumen orientado a lo que hoy constituiría una parte de lo que llamamos profesionalismo y del buen quehacer médico, con el afán de hacer ver qué conceptos actuales ya existían en tiempos pretéritos, provocados quizá por los estímulos que genera el afrontamiento del enfermar, el cuidado y el intento de curación del enfermo. La sanación, como hoy, también se resistía en más ocasiones de las que el sanador deseara. Pero la intención última de esta corta exploración es la de inducir a la lectura de estas «viejas», a la par que actuales, obras clásicas de la medicina de las que cada lector, de acuerdo con su experiencia, sacará nuevas conclusiones.

[1] Anónimo (1990). En Tratados hipocráticos I. Madrid: Gredos, pp. 309-318.

[2] López Férez, JA. (1990). «Introducción a Preceptos». En Tratados hipocráticos I. Madrid: Gredos, p. 304.

[3] Ibidem, p. 306.

[4] Laín, P. (1987). La medicina hipocrática. Madrid: Alianza, p. 227.

[5] Ibidem, p. 307.

[6] ?pheléein m? bláptein que luego se latinizará en el primum non nocere, más conocido. Ibidem.

[7] López Férez, JA. (1990). Introducción a «Preceptos». En Tratados hipocráticos I. Madrid: Gredos, p. 304.

[8] López Férez, JA. (1990). Nota 37 de «Preceptos». En Tratados hipocráticos I. Madrid: Gredos, p. 317.

* Las tribunas y artículos publicados en medicosypacientes.com no representan posturas o posicionamientos oficiales del CGCOM

Relacionados

TE PUEDE INTERESAR

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Más populares