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Dr. Juan José Torres: “La urgente necesidad de un nuevo contrato social”

El Dr. Juan José Torres, vocal de médicos de Atención Primaria Urbana del Colegio de Médicos de Badajoz, analiza en este artículo de opinión publicado en el Blog AP25 del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos (CGCOM), la “urgente necesidad de un nuevo contrato social en el que tanto paciente como médicos reconozcamos que la muerte, la enfermedad y el dolor son partes de la vida”

Dr. Juan José Torres, vocal de Atención Primaria Urbana del Colegio de Médicos de Badajoz

 
Los médicos de familia, que prestamos nuestro conocimiento y dedicación al sistema sanitario público, a raíz de los cambios originados por la pandemia por COVID-19 estamos obligados de forma ineludible a replantearnos el contrato social existente en la actualidad. 
 
Los cambios sociales, que se vienen produciendo desde el comienzo de este siglo con sus sucesivas crisis encadenadas, han llegado a provocar un grado de infelicidad en los médicos que se constata con la mayor incidencia de síntomas depresivos entre estos respecto a la población general. Como dice Aasland, este hecho se relaciona en gran medida, con la desprofesionalización, ya que “el honorable arte de la medicina ha sido remplazado por intervenciones en líneas de producción estandarizadas que marchita la autonomía profesional” pues la política ha condicionado la organización de la sanidad en función de las demandas y pretensiones sociales, en vez de orientarla a las necesidades reales de la población para cumplir así con la misión de justicia social.
 
Observamos, simultáneamente, una actitud equivocada en los medios de comunicación, al tratar las noticias medicas destacando lo excepcional sobre lo normal o lo nuevo. Por un lado, vemos cómo se destacan los errores médicos o el fallo de un dispositivo asistencial por encima de la actividad diaria, sin contemplar los éxitos cotidianos y callados que consigue la práctica de la medicina en el día a día. Por otro lado, se amplifican las expectativas de la investigación científica, transmitiendo a la sociedad la sensación irreal de omnipotencia de la ciencia aplicada a la medicina.
 
Esta infelicidad se conoce desde hace tiempo pues en mayo de 2001, Richard Smith se preguntaba en el British Medical Journal «por qué los médicos son tan infelices» y animaba a sus lectores en todo el mundo a participar en una encuesta sobre el tema. El resultado obtenido fue que el 41% de los 1.540 profesionales que respondieron a la pregunta se declaró infeliz en su trabajo y el 16%, muy infeliz.
 
Esta situación, que se arrastra desde hace décadas, se ha visto agravada por la reciente crisis originada por la pandemia de la que aún estamos sufriendo sus últimos coletazos.
 
Otra de las causas de esta infelicidad es el falso empoderamiento de los pacientes, ya que, en la actualidad, cuanto más se habla de empoderar al paciente y de reforzar su autonomía, asistimos, cada vez con más intensidad, a una población asustada, que alberga expectativas irreales y que demanda una excelencia casi inhumana, depositando así, toda clase de problemas, incluso los propios de la vida, en la consulta, para que la medicina se los solucione. 
 
De este modo, como dice Ivan Illich, al transformar el dolor, la enfermedad y la muerte de un reto personal en un problema técnico, la práctica médica expropia el potencial de las personas para hacer frente a su condición humana de una manera autónoma y se convierte en la fuente de una nueva forma de morbosidad que denomina Iatrogenesis Cultural, que consiste en la incapacidad de la persona para responder saludablemente al sufrimiento, al deterioro y a la muerte.
 
Esto hace que, en lugar de atender a una población autónoma y autosuficiente en la resolución de sus problemas sociales, ésta nos demande una medicina paternalista. Por el contrario, los médicos, que no estamos preparados para desmitificar esa creencia, por temor a sufrir herida narcisista, intentamos cubrir sus expectativas con intervenciones clínicas que no solucionan la raíz del problema, generando insatisfacción y claudicación profesional, que lleva en multitud de ocasiones a la infelicidad. Ante esta situación, la Administración no valora que para que la población esté bien atendida precisa de médicos sanos y motivados en la realización de su trabajo.
 
Esta concepción de la medicina, tanto de los pacientes como de los responsables políticos y medios de comunicación, está llevando a nuestro sistema sanitario a una situación de quiebra ya que, de seguir esta dinámica, no se podrán abastecer las demandas crecientes, que tienden al infinito, con unos recursos humanos y materiales en evolución decreciente, sobre todo, en la Atención Primaria de Salud. 
 
Como alternativa a esta situación, estamos de acuerdo con Richard Smith en dirigir la profesión médica hacia un “nuevo contrato” que deje atrás las creencias que, tanto paciente, políticos y médicos tenemos de la práctica clínica. Para ello, tenemos que evolucionar del contrato actual, que consideramos irreal y falso, a otro nuevo más realista. Pues en el contrato actual, los pacientes tienen una visión distorsionada de la realidad, y. piensan que la medicina moderna puede hacer cosas extraordinarias, como resolver la inmensa mayoría de los problemas incluso los propios de la vida. Igualmente, los pacientes consideran que los médicos pueden ver el interior de la persona y averiguar lo que anda mal, ya que los médicos saben todo lo que es necesario saber y pueden resolver los problemas del individuo, incluso los de índole social. Por todo ello, reciben una gran consideración social y un buen salario.
 
Así mismo, la visión de los médicos, en el contrato actual, es que la medicina moderna tiene poderes limitados y en ocasiones es peligrosa; por eso, no podemos resolver todos los problemas de los pacientes y mucho menos los sociales. Así pues, los médicos no lo sabemos todo, pero sí sabemos lo difícil que son muchas cosas ya que en múltiples ocasiones el margen entre beneficiar y dañar es muy estrecho.  Pero sabiendo todo esto guardamos silencio para no decepcionar a los pacientes y así, no perder prestigio social.
 
En definitiva, se impone la concepción de un nuevo contrato en el que tanto paciente como médicos reconozcamos que la muerte, la enfermedad y el dolor son partes de la vida. Que el poder de la medicina es limitado, particularmente para resolver los problemas sociales; a ello, hay que añadir que la medicina tiene riesgos, por lo que los pacientes no pueden simplemente abandonar sus problemas a los médicos, ya que solo podemos, en el mejor de los casos, consolarles en su situación pero no medicalizar dichas situaciones.  
 
Además, los médicos, debemos reconocer abiertamente nuestras limitaciones, porque no lo sabemos todo, necesitamos sopesar decisiones con un grado de incertidumbre que, en ocasiones, ha llegado a precisar apoyo psicológico.
 
A su vez la política debería de abstenerse de hacer promesas sin fundamento y centrarse en cumplir su misión de justicia social. 
 
Sólo asumiendo esta visión de la medicina, podemos iniciar un camino que nos lleve, tanto a los médicos como a los pacientes, a desempeñar nuestras responsabilidades desde una óptica realista, en la que los pacientes asuman la realidad del poder de la misma a la hora de la recomposición ontológica de las pérdidas que ocasiona la vida, y los médicos no se vean obligados a realizar intervenciones que no van encaminadas a solucionar la raíz de su problema y sí a engrosar la iatrogenia cultural y el desánimo en la profesión.
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