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Dr. Jacinto Bátiz: Abandonar al enfermo es contrario a la deontología médica

El Dr. Jacinto Bátiz, secretario de la Comisión Central de Deontología Médica del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos (CGCOM) y director del Instituto para Cuidar Mejor del Hospital San Juan de Dios (Santurce-Vizcaya) recoge en este artículo de opinión diferentes formas de abandono al enfermo y recomendaciones para evitarlas, con el fin de "no caer en esta conducta nada deontológica".

Tal vez cuando lean el título de este artículo no se identifiquen con él, pero creo que hay muchas maneras de abandonar al enfermo que es conveniente analizar para no caer en esta conducta nada deontológica. El abandono médico en general consiste en la falta de atención adecuada a las necesidades del enfermo y de su familia.

 
En El buen quehacer médico (OMC, 2014), que recoge las pautas para una actuación profesional de excelencia y evitar el abandono, podemos leer algunas recomendaciones: 
“Los buenos profesionales de la medicina desarrollan una actitud compasiva, cuidan a sus pacientes, procuran su bienestar y previenen y tratan sus enfermedades, acompañando en todo el proceso”.
“Si la pérdida de confianza entre el médico y su paciente pone en peligro la buena atención clínica, el médico debe terminar su relación profesional, asegurando la continuidad de su asistencia médica y evitando siempre el abandono de su paciente”.
 
“Ya no hay nada que hacer”
 
Abandonamos cuando, sin se conscientes de lo que significa, decimos “ya no hay nada que hacer”, sobre todo en la fase terminal de una enfermedad, debido muchas veces a una formación insuficiente en cuidados paliativos y no saber cómo continuar acompañándole al enfermo o a su familia. En ocasiones, la familia suele escuchar dicha exclamación a los profesionales que le atienden a su familiar enfermo. Pero lo más imperdonable es cuando quien lo escucha es el propio paciente. Sentirse abandonado por los profesionales es un síntoma que le provoca sufrimiento añadido a los síntomas que acompañan a su fatal enfermedad. 
 
En la medicina actual no tiene cabida la impericia terapéutica ante el sufrimiento del paciente en fase terminal. No es deontológico, ni un tratamiento insuficiente, ni un tratamiento excesivo e inútil, ni el abandono. Nuestro Código de Deontología Médica (OMC, 2011), en su art. 36.1, explica claramente que ante un enfermo incurable no es una buena práctica médica el abandono del paciente:
“El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del paciente siempre que sea posible. Cuando ya no lo sea, permanece la obligación de aplicar las medidas adecuadas para conseguir su bienestar, aún cuando de ello pudiera derivarse un acortamiento de la vida”.
 
Abandono por falta de formación
 
La falta de formación suele derivar en tres tipos de actitudes que favorecen el abandono del enfermo:
 
a.- Los que consideran que se encuentran ante una situación compleja y deciden evitarla y dejan a la persona enferma y a su familia a la libre evolución de su proceso.
b.- Los que consideran una situación nimia y de escasa complejidad que puede ser fácilmente manejada con unos nimios conocimientos técnicos y la atención de los síntomas físicos.
c.- Los que, ante el miedo y las reticencias a aceptar la situación, emprenden actitudes más intervencionistas y evitan la comunicación y los encuentros incómodos con el enfermo y su familia, sobre todo cuando se encuentra en la fase terminal de una enfermedad.
 
Estas tres actitudes (el abandono, la autosuficiencia y el miedo) pueden provocar el abandono del enfermo.
 
Abandono por miedo o sensación de fracaso profesional
 
Nuestros enfermos ya saben que no somos unos dioses. Lo que desean es que no les abandonemos cuando más lo necesitan. Desean tenernos a su lado con nuestro acercamiento humano para que les ayudemos en todas sus necesidades. Cuando han comprendido que la técnica ya no les es útil para curar su enfermedad, continúan teniendo necesidad de las personas, de su familia, de sus amigos y de su médico. Necesitan que les expliquemos lo que les va a pasar, necesitan que no les engañemos, pero todo ello, con sensibilidad exquisita para que les ayudemos a comprender lo que necesitan en esos momentos tan difíciles y únicos para ellos. Para todo esto, los médicos necesitamos competencia profesional, pero también acercamiento humano. 
 
 
Abandono paternalista y abandono autonomista 
 
Hasta la vigencia de la Ley 41/2002 básica reguladora de la Autonomía del paciente, el paternalismo que ejercíamos los médicos sobre los pacientes y sus familiares era una forma de “no contar con ellos”, de no tenerlos en cuenta, de abandonarlos. Nuestro criterio era el que se imponía. Una vez vigente dicha Ley pueden surgir y surgen conflictos cuando entendemos la relación médico-enfermo en términos excesivamente “autonomistas”. Por ello no hemos de abandonar al enfermo argumentando la Ley de Autonomía. ¿Cuándo puede darse el abandono autonomista? Por ejemplo, cuando, una vez informado debidamente el paciente y su familia sobre las alternativas de tratamientos y sus consecuencias, el paciente pregunta: “¿Doctor, y usted qué me aconseja?” Y el doctor le responde: “yo ya le he informado, usted es el que tiene que decir ahora?”. Esto también es abandonar al enfermo. En ese momento necesita nuestra ayuda para tomar una decisión acertada. Es entonces cuando debiéramos ejercer razonablemente la autonomía del enfermo, a lo que podríamos llamar “autonomía compartida”. Y para ello hay que tomarse en serio la autonomía del enfermo haciendo todo lo necesario para que sus decisiones sean lo más meditadas, prudentes y razonables que sea posible. Lo conseguiremos con una información comprensible sobre los beneficios y sobre los riesgos o las molestias. 
 
La simple relación contractual medico-paciente no es la única alternativa al paternalismo ya rechazado en la práctica médica. Pero tampoco esta relación resulta suficiente como ayuda, especialmente para afrontar situaciones difíciles porque el enfermo necesita más personalización, más miramiento hacia su mundo personal y puede encontrar crueles las actitudes “defensivas” o de distanciamiento. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se reclama un consentimiento escrito o excesivamente explícito ante una demanda evidente, o cuando se hace decidir a la familia la retirada de un tratamiento fútil. La alternativa que el ciudadano pide es la de una relación más comprensiva y compasiva, que se base en la hospitalidad; es decir, que se interese por el mundo personal que representa, que permita expresar miedos, manifestar deseos y descubrir preferencias, y que favorezca llegar a decisiones compartidas y basadas en la confianza mutua.
 
Abandono terapéutico 
 
Cuando nuestra actuación médica es insuficiente podemos decir que estamos realizando un abandono terapéutico. Abandonamos cuando no adecuamos las dosis necesarias a la eficacia de la analgesia por miedo a “pasarnos”. Abandonamos si no previnimos el estreñimiento cuando prescribimos opioides. Abandonamos también cuando no utilizamos la sedación cuando está indicada. En definitiva, abandonamos cuando no atendemos cualquier síntoma que le produzca sufrimiento al paciente. Abandonamos cuando solicita nuestra escucha y no le dedicamos tiempo. Abandonamos cuando no le informamos adecuadamente. Abandonamos cuando pretendemos conseguir nuestro éxito controlando las metástasis sin tener en cuenta el sufrimiento inútil de que le puede suponer para enfermo dicho tratamiento. 
 
Acogerse a la objeción de conciencia no debe llevar a abandonar al enfermo.
 
Se puede objetar a administrar la muerte y continuar acompañando al enfermo durante su proceso de morir. Esto es compatible con los cuidados paliativos. Nada justificaría nuestro abandono. No sería coherente abandonar al enfermo que nos pide ayuda en esos momentos tan difíciles y únicos para él porque nuestra conciencia no coincida con la de quien nos solicita adelantar su muerte.
 
Desde la Deontología Médica creo que hemos de mantener nuestro compromiso con el enfermo de acompañarle hasta al final sin precipitar su muerte, sin prolongar innecesariamente su agonía, pero empleando todo nuestro esfuerzo para aliviar su sufrimiento mientras le llegue la muerte a su tiempo. Pero si el enfermo, cuando llegue su final, persistiera en su petición de que se le adelante la muerte será el momento en que optemos por acogernos a la objeción de conciencia y poner al enfermo en manos de otro profesional que estuviera dispuesto a cumplir su petición.
 
Podemos abandonar al enfermo de muchas maneras, pero no lo debemos hacer porque es contrario a la deontología médica.
 
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