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Dr. Fernández Chavero: “¿Estaremos transformando las emociones en nuevas enfermedades?”

El Dr. Manuel Fernández Chavero, colegiado del Colegio de Médicos de Badajoz, explica en este artículo que las emociones humanas se han ido convirtiendo en síntomas de enfermedad y “estamos medicándonos para entender nuestra propia naturaleza”

Todos los días coinciden en mi consulta pacientes de características muy dispares. Personas de distinta edad, formación, educación y creencias. Y también todos los días algunos de ellos me plantean la misma situación: viven instalados en la frustración, en una sensación de cansancio y apatía, en un desequilibrio emocional y me solicitan alguna “pastilla” que les pueda recomponer o mejorar ese desajuste anímico. 

Algunas noches cuando, finalizada la consulta, me dirijo a mí casa me viene a la cabeza una pregunta: ¿a cuántas personas así habré atendido desde que empecé a ejercer la Medicina en aquel lejano año de 1981?

Esa pregunta me proporciona a partes iguales curiosidad y desazón. Curiosidad porque llego a la conclusión de que en un aspecto u otro las consultas derivadas de los estados de ánimos son muy frecuentes, quizás no tanto como los problemas respiratorios, digestivos o las alergias pero sin duda no van muy por detrás. Y desazón porque si esto nos está pasando a  nosotros que vivimos en este mundo occidental que para la inmensa mayoría de la humanidad es el paraíso terrenal es que algo no estamos haciendo bien.

Poco a poco hemos ido convirtiendo las emociones humanas en síntomas de enfermedad y estamos medicándonos para entender nuestra propia naturaleza. ¿Acaso la melancolía, nostalgia, tristeza, apatía, el desasosiego o la frustración tienen su solución en  las farmacias? ¿Son los miedos que nos acompañan todos los días  síntomas de enfermedad? El miedo por la salud de nuestros hijos, el miedo por conservar el trabajo, el miedo a la toma de decisiones, el miedo al error, el miedo a la vida o el miedo a la muerte son curables con fármacos? Acaso no son el miedo, la incertidumbre o la inseguridad motores de nuestro crecimiento?

En los cuatro años que llevo en la Comisión Central de Deontología he compartido experiencias y vivencias  con compañeros de una extraordinaria formación humanista, filosófica y académica que como una lluvia fina, que parece que no moja hasta que estas empapado, me han ido abriendo los ojos y el pensamiento. Un poco por ellos, un poco por todos los médicos asistenciales que  bregamos en nuestra lucha diaria, un poco por mí mismo y un mucho por las personas que cada día confían en mí y acuden a mi consulta es por lo que me atrevo a compartir esta reflexión.  

Han existido momentos que han catapultado a la humanidad a una nueva fase evolutiva. Así tenemos los siglos VI  y V antes de Cristo cuando el ser humano buscaba explicaciones racionales a  lo que ocurría en el exterior y en el interior de nosotros mismos. Personajes como Hipócrates, Platón, Sócrates, Buda, Confucio y tantos otros cambiaron la Humanidad para siempre.

En el Siglo XV descubrimos la pólvora, el papel, la imprenta, la brújula etc. Que produjeron grandes cambios en la estructura social y en la mentalidad  de las personas.

En el Siglo XX surge la energía atómica, la televisión, la informática, ingeniería genética, los grandes avances médicos y quirúrgicos y todo ello nos modifica el pensamiento y nuestra manera de vivir. Y ahora, en el siglo XXI, la explosión de internet y el achicamiento mundial por efecto de la globalización.

Todo ello nos ha conducido a la creencia de que poseemos  un mayor dominio del cosmos y de nosotros mismos. Del cosmos es posible  pero ¿también de nosotros mismos?

Los seres humanos nos hemos ido creyendo cada vez más fuertes, más sabios, más poderosos y también más inmunes. Pero es posible que de manera paralela hayamos ido dejando en  el olvido nuestros orígenes, nuestra fragilidad y limitaciones. Quizás le estamos perdiendo el respeto al entorno y a nuestro propio interior e  hemos iniciado una carrera de “tener más” de “poseer más” y  así vamos desarrollando sutiles formas de condicionamiento psíquico: nos hacemos dependientes de todo aquello que los poderes políticos, económicos, sindicales etc. quieren que deseemos y necesitemos y caemos en la vulnerabilidad, en la tentación  de la futilidad.

Nos encontramos en el primer cuarto del siglo XXI habiendo desarrollado una desenfrenada actividad consumista, de industrialización y desarrollo económico a la par que hemos generado una crisis de modelos sociales, económicos y políticos.

Nos hemos ido convirtiendo en una pieza más de este engranaje mecanicista y podemos llegar a sentirnos sometidos y sin libertad. Se minusvalora al individuo en cuanto a persona y miembro de un sistema familiar y así vamos aterrizando en preguntas que nos generan frustración y desasosiego: ¿Para qué tanta formación si en mi empresa no soy más que una cuadricula excel? ¿Merece la pena tanto sacrificio personal y familiar? ¿Vivo feliz en mi rutina? Y en el peor de los caso ¿qué significado tiene mi vida? ¿Para qué incluso vivir? Y así poco a poco van apareciendo esas emociones humanas de melancolía, tristeza, pena, angustia, desazón y los miedos que nos conducen al médico de cabecera y a la farmacia de guardia

Como dice Miguel de Unamuno: “Sí, sí, lo veo; una enorme actividad social, una poderosa civilización, mucha ciencia, mucho arte, mucha industria, mucha moral, y luego, cuando hayamos llenado el mundo de maravillosas industrias, de grandes fábricas, de caminos, de museos, de bibliotecas, caeremos agotados al pie de todo esto, y quedará ¿para quién? ¿Se hizo el hombre para la ciencia o se hizo la ciencia para el hombre?”

Miguel de Unamuno, “Del sentimiento trágico de la vida”, 1912

Hemos pensado que el progreso traería la felicidad, el tiempo libre necesario para fomentar aficiones, relaciones sociales y afectivas y el cuidado de la propia persona y, si embargo,” un  número cada vez mayor vamos dejando en un segundo plano a la familia y amigos, y nos centramos en internet, en las redes sociales, en juegos virtuales y en la televisión, tenemos 1000 amigos en Facebook  y pasamos a estar solos, a sentirnos en una soledad que nos deprime y entristece y que nos puede condicionar nuestro  sentido de la vida. ¿Podemos seguir así? O mejor aún: ¿realmente queremos seguir así?

 Quizás ir reconociendo el deterioro de nuestro entorno nos pueda generar la  necesidad de un cambio en nuestro interior que nos devuelva  la esperanza en que una sociedad diferente es posible. Es necesario y urgente encontrar soluciones válidas orientadas hacia un mundo más humano. Tenemos la obligación de reinventarnos. Hay que educar a nuestros hijos, a nuestros amigos, a nuestros vecinos y en nuestra condición de médicos  a nuestros pacientes, en valores que ayuden a revertir de nuevo esas emociones humanas de síntomas de enfermedad a estados de ánimos inherentes a nuestra propia naturaleza.

Este camino de reflexión, de abrirnos al que tenemos al lado, de seguir fomentando las relaciones sociales y afectivas no puede hacerse más que desde el respeto y la tolerancia. Hay muchas maneras de estar en el mundo y hemos de aprender a convivir con todas aquellas que respeten la dignidad de las personas. Y en este proceso es fundamental recuperar el cuidado del espíritu, el encuentro con el hermano y con Dios, en sus muchas denominaciones y que inspira innumerables religiones y también la nuestra.

Es fundamental saber priorizar valores y no caer en errores de pensamiento o en creencias irracionales. Saber interpretar, valorar, controlar y aceptar nuestra propia realidad para evitar aquellas situaciones que nos causen infelicidad, frustración y nos conduzcan a la medicalización y patologización de nuestras emociones. Nuestras emociones no dejan de ser en parte las interpretaciones que cada uno de nosotros hacemos de nuestra realidad y son el resultado de nuestras vivencias, decisiones y comportamientos. 

 También la incertidumbre es una emoción humana. Todos vivimos muchas veces instalados en ella pero no dejemos que el miedo nos incapacite. Utilicémosla como acicate, estimulante, y fuente de experiencias nuevas. Somos responsables de nosotros mismos y estamos abiertos a ayudar a los demás. Cuidemos de nosotros mismos como condición necesaria e imprescindible para ayudar a los demás. Descuidarnos nos debilita e invalida. Afrontemos nuestras dificultades, nuestras penurias y nuestras miserias desde el convencimiento de que todo es mejorable. Cuidarnos y cuidar a los demás. 

Dejemos que nuestras emociones fluyan para crecer y madurar y para ayudar a los demás cuando estén desazonados por el flujo de sus propias emociones. 

Si es necesario vayamos a nuestro médico de cabecera, médico amigo y receptivo, a hablar y ser escuchados pero evitemos buscar en las farmacias el remedio a nuestra propia razón de ser.

En la película  “Despertares” su protagonista, médico neurocirujano, tras un fracaso colectivo en una terapia experimental hace esta reflexión: “ El espíritu humano es más poderoso que cualquier droga y eso es lo que debemos alimentar; con trabajo, ocio, amistad y familia que son las cosas importantes…………..las que tenemos olvidadas……….. y las más sencillas”

Quiero dar las gracias a mi hermano José María, filósofo y psicólogo,  porque este escrito fue madurando en nuestras  innumerables horas de paseo y conversación en compañía de su hija y de mi sobrina Ángela, síndrome de Down, 16 años llenos de emociones y un ejemplo de cordura. 

 

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