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Dr. Fernández Chavero: “Colegios de Médicos: barcos en la tormenta”

El Dr. Manuel Fernández Chavero, presidente de la Comisión Deontológica del Colegio de Médicos de la Provincia de Badajoz, analiza en este artículo el papel que desempeñan los Colegios de Médicos en nuestros días 

He sido durante 11 años Vocal de Medicina Privada por Cuenta Ajena en el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de la Provincia de Badajoz. Esos años han cambiado muchas cosas en mí. En realidad me han cambiado a mí mismo. 

Cada proyecto nuevo se acompaña de una intensa sacudida emocional. No hay nada más adictivo que trabajar con los mejores, pero ese privilegio lleva consigo un alto precio; llegado el final se genera un síndrome de abstinencia que es muy difícil, casi imposible, de superar. 

Un equipo nuevo ha tomado los mandos. Una mezcla sabia de veteranía y juventud. Dos conceptos de la Medicina tan válidos como nobles. Dos cometas balanceadas por un solo hilo. Ilusiones nuevas y fuerzas renovadas para unos momentos difíciles en los que pululan muchos virus en el ambiente. Demasiados.  

En el libro “Historia del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de la Provincia de Badajoz” del compañero y escritor Dr. Miguel Angel Amador Fernández puede leerse: “El 12 de abril de 1898, durante el gobierno de Práxedes Mateo Sagasta, la Gaceta de Madrid publica el Real Decreto por el que se aprueban los primeros Estatutos para el Régimen de los Colegios Médicos, firmados por la Reina Regente Doña Maria Cristina, a propuesta del Ministerio de la Gobernación Trinitario Ruiz y Capdepón”.

Los colegios de médicos no son cementerios de elefantes, tampoco son instituciones “gerontolizadas”, ni estructuras arcaicas y decimonónicas defensoras de una medicina ya inexistente, ni por supuesto tampoco son un bastión de corporativismo profesional. Desde su nacimiento en 1898 son muchos los avatares y las polémicas suscitadas. Un camino largo con un problema siempre de fondo: la colegiación obligatoria. No pretendo entrar en disquisiciones sobre este asunto aunque no oculto mi absoluta fe en la misma y en el papel integrador de los Colegios como instrumentos de  ayuda, orientación, formación, regulación, control y amparo de los profesionales y de la profesión.

Los colegios son corporaciones de derecho público; eso quiere decir, utilizando un término muy popular del argot agrícola, que nos han “injertado” de sociedad. Tanto de la sociedad exigente, pusilánime, reivindicativa, hedonista, agresiva y agresora, como de la sociedad cívica, serena, pacífica y respetuosa. Los colegios, la casa de los médicos, reciben y acogen con la misma hospitalidad a todo el arco social. Nos hemos hecho necesarios para la sociedad y para nosotros mismos y es lo mejor que nos ha pasado a lo largo de la historia porque todos sabemos que sociedad y medicina o medicina y sociedad es lo mismo. Esta nueva realidad nos proporciona al mismo tiempo poder y responsabilidad y nos impone una obligación: ser justos.

Cada colegio tiene sus propias peculiaridades porque la personalidad es siempre multifactorial. Pero todos tienen, o deben tener, un rasgo compartido, o más bien una responsabilidad común, y es la obligación de ejemplaridad. Para aglutinar y optimizar todas esas peculiaridades que nos conduzcan a la ejemplaridad disponemos de una Institución a quien debemos exigir consejo, ayuda, apoyo y asesoramiento de manera permanente y es nuestra Organización  Médica Colegial.

Mi colegio, como tantos otros colegios, está entregado a una actividad frenética, formativa y lúdica, social e institucional, independiente, volcado en el colegiado y su familia, un colegio abierto, con vocación de servicio,  implicado en los valores de la profesión, ocupado y preocupado por la educación sanitaria que incluye desde el derecho sanitario, pasando por la deontología hasta la ética y la bioética. Comprometido con la mujer médico en una loable lucha que conduzca a una igualdad en las condiciones y en la consecución de una conciliación familiar y profesional.

Los colegios de médicos han sido reinventados gracias a la necesidad que la sociedad tiene de nosotros y a la necesidad que nosotros, y nuestros colegios, tenemos de ser necesarios. Hacerse necesarios es una obligación institucional y ética. Hacerse necesarios para ayudar mejor. La necesidad como virtud y no como mecanismo de defensa ni como arma para seguir mostrando esa petulancia, esa arrogancia, de la que aún nos denuncia una buena parte de la sociedad.  No hay institución pública ni privada que tenga una exigencia mayor de ser garante del bienestar físico y psíquico de nuestros ciudadanos. 

Los colegios de médicos tienen que ser el aceite que engrase el sistema, máxime en un sistema tan fragmentado como el nuestro. Los colegios deben uniformar y homogeneizar la profesión, labor de cohesión, de solidaridad, de equidad territorial, de compromiso social sin fisuras. Tenemos que quitarnos de encima el polvo del corporativismo que nos aleja no sólo del ciudadano sino también de nuestra propia identidad.  

Los colegios de médicos no deben tener puertas ni ventanas y si las tienen deben de ser de apertura fácil como las latas de conservas. Hay que procurar que la sociedad, que el ciudadano, no nos conozca solo de puertas afuera sino también de puertas adentro. Que descubran nuestros “entresijos” personales, profesionales y corporativos. Que sepan de nuestros esfuerzos formativos, nuestros miedos, que conozcan la eventualidad y los cambios permanentes, a veces vertiginosos, de los adelantos técnicos y avances científicos. 

Que en definitiva valoren y respeten nuestra vulnerabilidad, para que así aprendan que la medicina, lejos de ser una ciencia exacta, es una montaña rusa que se ejerce sobre personas que están formadas por un cuerpo de incontables piezas y un alma, que en contra de lo que predicaba Epicuro de Samos, no está constituida, como el cuerpo, por infinitos átomos, sino por una miríada de emociones y sentimientos. 

Quizás los colegios de médicos podrían ser el bálsamo social para que  instancias como el Observatorio de Agresiones a Médicos no fueran necesarias. Un bálsamo que también sirviera para evitar las agresiones entre los médicos, porque no hay nada menos edificante ni más  indigno para el espíritu de nuestra profesión, para nosotros mismos, y para nuestro juramento hipocrático y código de deontología. 

Los colegios tienen una obligación de educación cívica y al igual que padres y profesores deben ser instrumentos pedagógicos para una formación en valores. 

La adquisición de una buena formación exige obediencia, disciplina, acatamiento de las normas y por supuesto un debate de ideas abierto desde el respeto a la pluralidad. Nuestro Código de Deontología nos define como Profesión; es un modelo de autoexigencia encaminado a conseguir, de la mano de la ética profesional e individual, la máxima  excelencia. Vivimos inmersos en una pandemia que ha cambiado nuestras vidas y costumbres y estamos asistiendo con estupor a la aparición pública de médicos que niegan tal existencia, los llamados negacionistas. Es mi opinión personal que los Colegios, y la Organización Médica Colegial que los aglutina, en su labor formativa pero también en su labor de avalistas de la Deontología y del buen quehacer profesional, no deben permitir bajo ningún concepto este tipo de comportamientos, que son un auténtico misil en la línea de flotación de la credibilidad de nuestra Profesión. 

Entre el médico y el paciente se pueden tender muchos puentes; puentes de entendimiento, empatía, respeto, escucha, trato profesional, relación cordial, de información clara, accesible y veraz, de valoración de opciones;  tantos puentes como sean necesarios para que dos personas interactúen con el objetivo de un beneficio mutuo, ya sea físico o espiritual.  Pero, siempre, uno de los ingenieros responsables de construir esos puentes ha de ser los colegios de médicos.

Este artículo habrá a quien le pueda parecer un ejercicio de idealismo colegial, una exposición de ilusiones ingenuas, una utopía. Pero si no luchamos por conseguirlo nos quedaremos donde estamos. ¿ y dónde estamos ?. Respondamos con sinceridad. 

Recuerdo una estrofa de una canción de mi época colegial. “Aunque avance rugiente la tormenta y en mi mástil ya gime el huracán feliz con tu recuerdo soberano desafío a las olas de la mar”.

No son buenos momentos los que nos están tocando vivir. Tiempos convulsos desde la epidemiología hasta la ética social, pasando por la política, la economía, la educación, los modales y la urbanidad y llegando hasta la ética individual y la singular responsabilidad de cada cual. En estos tiempos tan complejos, los colegios de médicos, como barcos en la tormenta, necesitan una tripulación experta, sacrificada, luchadora y serena y un capitán que atesore a partes iguales conocimientos, dotes de mando y una mezcla de audacia, arrojo y atrevimiento, en definitiva de osadía, para que cuando  gime el huracán, cuando llegue el desafío, sepa manejar el barco. Y esto es así, debe ser así y tiene que ser así,  porque ese barco es la casa común en la que navegamos todos.

Dice Paulo Coelho “El barco está más seguro cuando está en el puerto; pero no es para eso que se construyeron los barcos”. 

Por tanto si queremos colegios de médicos preparados y adaptados para la tormenta no nos quejemos del viento, no esperemos que cambie, ajustemos las velas y naveguemos. En algún momento llegará la calma.

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