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Dr. Fernández Chavero: «Acrónimos, la nueva torre de Babel»

Los Acrónimos, esas palabras formadas con las iniciales de otras, o por dos sustantivos, un adjetivo y un sustantivo o dos adjetivos, han invadido nuestro lenguaje hasta unos niveles difíciles de controlar, según considera el Dr. Fernández Chavero, vocal de la Comisión Nacional de Deontología de la OMC, en este artículo, donde recuerda que, según el Artículo 38-2, del Código Deontológico, “Los médicos que comparten la responsabilidad asistencial de un paciente deben proporcionarse la información necesaria de forma clara y comprensible, evitando las siglas y terminología no habitual(….)”

El título de este escrito no es fruto del azar, tampoco lo es la frase que le acompaña. Los médicos manejamos, gestionamos y compartimos información muy sensible nacida desde la intimidad y la vulnerabilidad de la persona enferma. Tenemos una especial responsabilidad para que esa información fluya entre nosotros por canales de claridad y legibilidad y así pueda ser transmisora de conocimientos que nos ofrezcan formación, seguridad y calidad asistencial. Los Acrónimos pueden llegar a constituir un elemento distorsionador. Es mi opinión que el uso y abuso de acrónimos bien merece, al menos, una  reflexión.

 
El nacimiento de la escritura fue el acontecimiento  clave y decisivo que le permitió a la Humanidad traspasar los límites que la condujeron desde la Prehistoria a la Historia. Pasamos de un lenguaje mixto de gruñidos, sonidos guturales, expresiones corporales, aspavientos y mímica a un registro escrito de nuestras experiencias y recuerdos. Esa evolución desde un lenguaje oral y corporal, de valor instantáneo, a un lenguaje escrito nos proporcionó una nueva dimensión: Su perdurabilidad en el tiempo. El valor del lenguaje oral es siempre relativo según la calidad humana de los interlocutores; todos sabemos que, en caso de necesidad o culpabilidad, el ser humano ha institucionalizado esa famosa frase de “tu palabra contra la mía” para eximirse de responsabilidades. El lenguaje escrito es irreversible. Lo que decimos por escrito, escrito queda.
 
No sería de extrañar que desde la protoescritura del Paleolítico Superior y principio del Neolítico hasta la escritura actual, nacida y desarrollada desde el siglo IV a.C., hayan existido los Acrónimos.
 
Los Acrónimos, esas palabras formadas con las iniciales de otras, o por dos sustantivos, un adjetivo y un sustantivo o dos adjetivos, han invadido nuestro lenguaje hasta unos niveles difíciles de controlar. Unas veces por economía del lenguaje, otras por facilidad de memorización, otras  por esnobismo y otras  por comodidad, pero en cualquiera de los casos hemos intoxicado el lenguaje. Si extrapolamos esto al mundo de la Medicina el caos es casi total. Y, en medio de ese caos, el médico de familia o médico de cabecera, epicentro del Sistema Sanitario, se encuentra a veces perdido, sobrepasado, aturdido e incomprendido.
 
En la obra de Fernando A. Navarro: “Repertorio de siglas, acrónimos, abreviaturas y símbolos utilizados en los textos médicos en español” puede leerse textualmente: “El repertorio de siglas, acrónimos, abreviaturas y símbolos de TREMEDICA (Asociación Internacional de Traductores y Redactores de Medicina y Ciencias Afines), el más completo publicado hasta la fecha en español para el ámbito médico, acoge más de 18.500 entradas y más de 37.000 acepciones”.
 
La Sociedad Española de Documentación Médica (SEDOM)  dispone  del Diccionario de Siglas Médicas. El Ministerio de Sanidad y Consumo tiene editado el “Diccionario de Siglas Médicas y Otras abreviaturas, epónimos y términos médicos relacionados con la codificación de las altas hospitalarias”, de Javier Yetano Laguna y Vicent Alberola Cuñat.
 
Por supuesto que no son los únicos, pero son buenos ejemplos de la necesidad de ordenar y clarificar esta jungla de siglas en las que nos ha tocado vivir. Esta jungla en Medicina adquiere unas características  y una dimensión muy especiales a tener en cuenta. Emitimos informes médicos, información clínica, diagnósticos y tratamientos encriptados en acrónimos que pueden servir de confusión y, por tanto, de adopción de medidas que pudieran llegar a ser perjudiciales para lo que constituye el centro del trabajo médico: El ser humano enfermo. En un último caso, caso extremo, la interpretación equivocada de los acrónimos nos podría inducir a la adopción de medidas erróneas que podrían derivar en responsabilidades éticas, deontológicas, administrativas o penales.
 
La estratificación de la Medicina en sus dos niveles asistenciales, primaria y especializada,  y la excesiva atomización de ambos niveles con multitud de especialidades, subespecialidades, superespecialidades y la disparidad asistencial en Primaria, cada cual con su jerga particular: Mutuas de Accidente de Trabajo, Servicios de Prevención, Clínicas de Diálisis, Médicos de Instituciones Penitenciarias, Geriatría, Urgencias, Balnearios y un largo etc. nos han conducido a todos a utilizar no sólo acrónimos universalmente reconocidos sino que cada especialidad, e incluso dentro de cada especialidad, cada Hospital, y dentro de cada Hospital cada Servicio, hemos ido incorporando acrónimos propios, de uso interno, pero que después,  de manera consciente o por simple inercia, transmitimos  en los informes que entregamos a nuestros pacientes. De tal modo que estamos llegando, o podemos llegar, a la situación de que los Traumatólogos no entiendan a los Cardiólogos, y estos a las Ginecólogos, y estos a su vez a los Neurólogos y así sucesivamente hasta llegar al Médico de Primaria; meta final de todos los pacientes y confluencia de todas las especialidades. Puedo decir, por experiencia personal, que no es fácil decirle al paciente que te solicita la traducción de un  informe: “No me pregunte usted que le han  hecho en el Hospital porque no consigo entender la totalidad del informe”. 
 
No convirtamos nosotros en realidad esa fabula bíblica que se llamó la Torre de Babel. La Torre de Babel simboliza la confusión entre las lenguas pero no la confusión dentro de una misma lengua.
 
Esta situación significa para la Comisión Central de Deontología una lógica preocupación y desde la sensibilidad de velar por una buena praxis médica me permito, como miembro de la misma, terminar este articulo con una mención especial al Código de Deontología Médica de la Organización Médica Colegial que en su Artículo 38-2, nos dice literalmente: “Los médicos que comparten la responsabilidad asistencial de un paciente deben proporcionarse la información necesaria de forma clara y comprensible, evitando las siglas y terminología no habitual. Nunca es aceptable una caligrafía ilegible”.
 
 
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