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Deontología: entre la obligación y la necesidad

El pasado día 30 de marzo la Organización Médica Colegial de España ha tenido la oportunidad de presentar el nuevo Código de Deontología Médica en el Parlamento Español, sede de la soberanía popular. No hay mejor escenario para regalarle a la sociedad un documento que refleja la firme voluntad y compromiso de la Profesión Médica de ponerse al servicio de todos y cada uno de los ciudadanos. Por tal motivo me he permitido recuperar dos artículos que Médicos y Pacientes tuvo a bien publicarme en los años 2016 y 2021 y, con la aportación de nuevas reflexiones, fusionarlos en un tercer artículo de apoyo a esos conceptos de ética, deontología y humanismo que manejamos cada día en nuestras aulas y en nuestras consultas. Los tres nacen de la misma frase.   
 

Hace algunos años le escuché a un compañero esta frase: “Soy feliz desde que he descubierto que soy innecesario”. Me hizo reflexionar desde el principio. Podría tener muchos significados, pero yo me conformo tan sólo con dos: 

Un significado amable que bien pudiera ser del anciano al final de su vida. Ha cumplido todas sus obligaciones y expectativas. Disfruta de lo que antes se llamaba la satisfacción del deber cumplido y ya no tiene otra responsabilidad más que ver pasar sus últimos años desde la placidez de disfrutar de haber pagado todos los plazos de esa hipoteca que llamamos vida.

Pero también queda otro significado, desasosegante y egoísta, del que se conforma con no sentirse necesario para nada ni para nadie, ni tan siquiera para si mismo, y se limita a transitar por la vida sin necesidad de equipaje. Una felicidad surgida de lo que bien pudiera llamarse vacuidad existencial.

La Deontología, conceptuada como nuestra ética corporativa, no puede caer en ninguno de los múltiples significados que pudiera tener esta frase porque tiene una virtud por encima de las demás: su necesaria necesidad. Entre otros motivos porque nuestra profesión no puede sustraerse de las metas elevadas. Pero esa necesidad deontológica tiene que nacer del afán y del anhelo individual y colectivo de cada uno de nosotros. Sólo una profesión profundamente vocacional es capaz de autoimponerse un Código de Deontología con un triple fin: aspirar a la excelencia para beneficio de los pacientes, respetar la autonomía y dignidad de todas las personas, contribuir a la justicia social y llevar a cabo una actividad pedagógica que contribuya a la educación y civismo de todos.

Los médicos ejercemos una profesión única en su necesidad y por tanto tenemos una doble obligación: ser necesarios y hacernos necesarios. Eso es Deontología. 

Los que hemos sido médicos rurales, y tenemos una cierta edad, recordaremos siempre aquellos pueblos de la ahora llamada España vaciada. En muchas ocasiones sin enfermería y sin farmacia. Nuestras armas eran escuchar mucho y explorar mucho. Nos pasábamos el día y la noche entrando y saliendo en casas donde éramos “necesarios”. Eso es Deontología.

Aquella sociedad rural era más inculta, en muchos aspectos, que la actual, pero sin embargo estoy convencido de que tenía más educación sanitaria y un gran estoicismo frente a la adversidad lo que le permitía afrontar con serenidad la inevitabilidad de la enfermedad y la muerte. El ideal del final de la vida era morir en casa, con la familia, en tu cama y con tus sabanas limpias. Rodeado de vecinos, amigos y por supuesto del “médico del pueblo”. Aquella medicina rural, de cabecera, de atención domiciliaria permanente, fue sin duda la madre de los actuales cuidados paliativos y unidades del dolor. Eso es Deontología.

Ahora hemos generado el espejismo de que todo se cura y cada vez cuesta más aceptar la realidad de la enfermedad y de la muerte generando, en algunos casos, una frustración que conduce a la denuncia, a la agresión y a la judicialización.

Aquella Medicina no precisaba de la excelencia académica. El paso del tiempo, los modismos y la inequidad de la oferta y la demanda nos ha ido conduciendo al error de exigir como única condición, para ser médicos, la excelencia académica. En los últimos años sólo han accedido a la profesión los más brillantes expedientes de bachillerato. La Medicina no tendría que estar muy ligada a la excelencia académica pero si íntimamente ligada a la excelencia vocacional aunque bienvenida sea la confluencia de ambos factores.

Me apena leer en las redes sociales, en la prensa, que hay compañeros que tiran la toalla porque no soportan las largas jornadas de guardia, los salarios bajos, la precariedad de contratos, las condiciones abusivas que, en ocasiones, impone la Administración Pública y las Instituciones privadas. Precisamente en esas condiciones adversas, en medio de esa tormenta de factores a la contra, es cuando tiene que surgir la vocación como un salvavidas que nos eleve por encima del oleaje. Pero vocación no es resignación ni servidumbre. Vocación es servicio y también reivindicación de justas condiciones laborales, sociales y económicas. Eso es Deontología.

Una sociedad que no sólo ha renunciado a muchos de sus valores, sino que incluso los ha invertido, y así vamos viendo que el enfermo agrede a su médico, el alumno a su maestro, el esposo a su esposa o el hijo a su padre es una sociedad enferma y es una responsabilidad nuestra, como referentes y educadores sociales, contribuir a la recuperación de estos. Los médicos tenemos la obligación de luchar para que la sociedad sienta la necesidad de recuperar valores y para ello es primordial que nosotros sintamos la necesidad de hacernos necesarios para la sociedad. Poner algo de cordura en esta esquizofrenia donde van de la misma mano el progreso científico y la regresión moral. Eso es Deontología. 

Esta sociedad enferma tiene hoy, más que nunca, la necesidad de disponer de unos médicos más sanos que nunca, por lo tanto tenemos la responsabilidad de tratarnos a nosotros mismos, bien con tratamientos curativos o paliativos, para vencer a esa enfermedad llamada desgana, apatía profesional o desilusión, que anemiza nuestra capacidad de respuesta y asfixia nuestra natural tendencia, desde Esculapio, al humanismo, al idealismo y al sacrificio por el bien ajeno. Los médicos no nos podemos dejar vencer por el desánimo, los recortes o la precariedad. Nuestra vocación tiene que ser el motor que nos haga más fuertes, prudentes, templados y justos. Eso es Deontología. 

Tanto nuestra Ética individual, como la Bioética y la Deontología, son necesidades de nuestra profesión para intentar ajustarnos a los cambios tecnológicos sin tirar por la borda nuestro humanismo. Tecnología y humanismo constituyen una relación asimétrica; si bien la primera no parece tener ni final ni freno, el humanismo es más sosegado y pausado. Necesitamos, por tanto, revisar ideas para no caer en contradicción con nuestros propios avances, para que la tecnología no estrangule nuestras conciencias y que al mismo tiempo nos permita un progreso moral y científico.  Eso es Deontología.

En un reciente viaje a Tierra Santa tuve la ocasión de visitar una iglesia católica enclavada en un barrio difícil y hostil. EL párroco, padre Franciscano, nos dio la bienvenida con una frase que me la traje de recuerdo: “Habéis venido a la tierra donde más se habla del amor y en la que más se practica el odio”.

Sin pretender ningún tipo de paralelismo, y sin saber muy bien porqué, se me vino a la cabeza mi propia profesión. La profesión donde más se usa la palabra humanismo y en la que ¿más se practica?

Los médicos que ya tenemos muchos años de veteranía  quizás no estemos siendo justos con las nuevas generaciones de compañeros y colegas. Les exigimos un humanismo que nosotros no teníamos a su edad. El humanismo se desarrolla con los años y para ello es necesario transitar por caminos muy difíciles. El humanismo nace y crece en las consultas y sobretodo a través de las personas que llenan esas consultas. Nace y crece cuando somos capaces de caminar por los mismos senderos de dolor, de soledad, de miedos y de incertidumbres por donde caminan los que nos piden ayuda en ese perpetuo peregrinaje que se llama labor asistencial. Adquirir humanismo es un esfuerzo permanente que no acaba nunca. Ser ejemplo para los más jóvenes también es Deontología.

Los médicos tenemos que sentir la necesidad de “saber estar” y de “saber actuar” en cada momento de la vida de nuestros pacientes. La Medicina actual está evolucionando hasta unos niveles de complejidad técnica, científica y emocional impensables hasta no hace mucho tiempo. Vivimos en un mundo de cambios vertiginosos  y no podemos permitirnos cometer el error de quedarnos atrás. Eso es Deontología.

Ejercemos nuestra profesión, y nuestra vocación, en una sociedad que no parece tener muy claro qué tipo de médicos desea tener. El usuario exige un médico con mono de trabajo; el enfermo demanda un médico con bata; y el moribundo y su familia, cuando ya nuestras vidas no son más que un pasaje para la otra, necesitan seres humanos que no solamente faciliten la facturación de su equipaje vital, sino que también transmitan a partes iguales ciencia, alivio, consuelo, empatía y presencia. Eso es Deontología.

Muchos de nosotros nos hemos visto obligados a dar un salto en el vacío que nos llevado desde el paternalismo al autonomismo; la sociedad nos ha ido desplazando de nuestro principio de beneficencia hasta el nuevo y sagrado principio de autonomía. En ese camino se nos ha ido despojando de muchos ropajes; hemos perdido autoridad, hemos perdido la aureola social, y también buena parte del respeto que nos profesaba la sociedad. Se nos ha roto la base del pedestal y nos hemos dado de bruces con el único vestido que nos queda: nuestra vocación. Ese deseo innato de cuidar y ayudar. La vocación es una pasión, pero también esto es Deontología.

Adoramos la tecnología como los antiguos adoraban al becerro de oro, pero cuando nos convencemos de su incapacidad para diagnosticar un estado de ánimo, una esperanza pérdida, una ilusión rota, una desazón o un dolor emocional, es cuando se busca al médico. Y siempre que nos busquen nos deben encontrar. Eso es Deontología.

Todo ello hace imprescindible a la Deontología y a nuestro Código. El Código de Deontología no es el Código Penal y quien así lo entienda está profundamente equivocado. El Código de la Circulación o el Reglamento de Fútbol no están pensados para castigar sino para proteger nuestras vidas y las de los demás en el primer caso y para disfrutar de un gran espectáculo en el segundo.

Entender la Deontología como una disciplina cuartelaria o punitiva es un error. Es nuestro tablón de juego y debe transmitirnos tranquilidad, seguridad, compañerismo y además puede, y debe, positivizar ese denostado concepto de corporativismo añoso que aún nos achaca una parte de la sociedad. 

La Deontología se está haciendo más necesaria cada día porque va en proporción directa a la complejidad de nuestra profesión. Nuestro Congreso nacional que, año tras año, vemos crecer en calidad y cantidad es  el mejor testigo del progreso de nuestra necesidad deontológica. 

Esta profesión nuestra es una montaña rusa y estamos expuestos a múltiples vaivenes: Autonomía del paciente, obsolescencia del paternalismo médico, nacimiento y desarrollo de los cuidados paliativos, consentimiento informado, genética, sedación, gestación por sustitución, atención a menores, publicidad médica, intrusismo, violencia de género, precariedad laboral, pseudociencias, inteligencia artificial, big data, eutanasia, transhumanismo etc. Y por si todo esto fuera poco tenemos que ser especialmente escrupulosos en la relación con nosotros mismos y con el resto de profesiones sanitarias. Eso es Deontología.

Nuestro Código ha de ser nuestra guía y referencia, nuestro faro en todos los momentos de dudas e incertidumbres. La adquisición de una buena formación exige obediencia, disciplina, acatamiento de las normas y por supuesto un debate de ideas abierto desde el respeto a la pluralidad. Nuestro Código nos define como Profesión. Es un modelo de autoexigencia encaminado a conseguir, de la mano de la Ética profesional e individual, la máxima excelencia.

La Comisión Central de Deontología es, y debe ser, la nave nodriza de la Deontología; es decir aquella que lleva los depósitos de combustible para todos los barcos de la flota.

Estos barcos son la Organización Médica Colegial, los Colegios de Médicos, la Sociedades Científicas y las Facultades de Medicina y todos y cada uno de nosotros. A todos les hago el mismo ruego: potencien la Deontología en las sedes colegiales, den entrada en sus comisiones a compañeros jóvenes, promuevan su enseñanza en los programas de estudio, favorezcan, mediante jornadas y seminarios, su divulgación y conocimiento. Usemos el Código en nuestras consultas como libro de cabecera. Doten a las Comisiones de Deontología de más autonomía. 

Me he permitido escoger algunos párrafos de la carta de Esculapio a su hijo porque considero que expresan con una intemporalidad absoluta el valor de la vocación y de la Deontología:

“¿Has pensado bien lo que va a ser de tu vida? Tendrás que renunciar a tu vida privada; mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, una vez terminada su tarea, aislarse lejos del infortunio, tu puerta deberá estar abierta a todos. A toda hora del día o de la noche vendrán a tumbar tu descanso, tus placeres, tu meditación. Ya no tendrás horas que dedicarle a tu familia, a los amigos o al estudio.

No cuentes con que este oficio penoso te haga rico. Te lo he dicho: esto es un sacerdocio. Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana, todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de nauseabundas viviendas, los perfumes subidos de las cortesanas, palpar tumores, curar llagas verdes de pus, contemplar orines, escudriñar esputos, meter el dedo en muchos sitios.

Piénsalo bien mientras estés a tiempo. Pero si indiferente a la ingratitud, si sabiendo que te verás solo entre las fieras humanas, tienes un alma lo bastante estoica para satisfacerse del deber cumplido sin ilusiones, si te juzgas pagado lo bastante con la dicha de una madre, con la cara que sonríe porque ya no padece, con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte; Si ansías conocer al hombre, penetrar a todo lo trágico de su destino, entonces , hazte médico, hijo mío.”

Con esa reflexión Esculapio estaba escribiendo, en el siglo XIII antes de Cristo, los Principios Generales del Código de Deontología, nacido hace escasos días, y que comienzan así:  “El médico está al servicio del ser humano y de la sociedad. Respetar la vida humana, la dignidad de las personas y el cuidado de la salud del individuo y de la comunidad son los deberes primordiales del médico. El médico debe atender con la misma diligencia y solicitud a todos los pacientes, sin discriminación alguna. La principal lealtad del médico es la que debe a su paciente”.

 

Aquellos que tienen el privilegio de saber, tienen la obligación de actuar.

Albert Einstein (1879 – 1955)

 

Manuel Fernández Chavero

Presidente de la Comisión de Deontología del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de la Provincia de Badajoz.

Secretario de la Comisión Central de Deontología de la Organización Médica Colegial de España.

 

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