lunes, julio 8, 2024

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Aunque las formas cambian la ética médica se mantiene

El Dr. Mariano Casado, secretario general del Colegio de Médicos de Badajoz reflexiona en este artículo sobre los valores y la ética de la profesión médica ante la muerte y el dolor

Hay una pintura que, por su significado, presento habitualmente a los alumnos de la Facultad, y que generalmente desconocen, tanto su título como quien es su autor, y cuando les descubro que es de Picasso, aún se sorprenden más. Se trata de la “Caridad” la cual representa una parte muy importante de lo que debe ser la esencia de la Medicina. 

 
La escena describe, en términos realistas, a una mujer quizás moribunda postrada en la cama de su casa, con un médico sentado al lado que le toma la mano y el pulso, y al otro lado una monja ofreciéndole una taza, mientras en sus brazos sostiene a un niño pequeño, el cual mira atentamente a su madre.
 
En esta imagen el autor representa la forma que, durante muchas décadas, fue la más habitual de morir en nuestra cultura, es decir en la propia casa, en compañía de la familia, incluidos niños, vecinos, parientes, los cuales velaban al difunto en su habitación hasta que llegaba la hora de su traslado a la iglesia y posteriormente hasta el cementerio. Fue como indico la forma de morir de nuestros antepasados, la cual muchos de los que lean estas líneas habrán conocido personalmente. Más recientemente, se comenzó a morir cambiando el escenario, pasando de la casa al hospital y en la mayoría de los casos como resultado de alguna situación crítica dentro de un proceso largo de enfermedades crónicas. Con el paso del tiempo, esta forma se ha hecho habitual, de manera que actualmente resulta raro aquella persona que no fallece en el hospital, bien sea en el propio servicio de urgencias, donde en muchas ocasiones se traslada al paciente moribundo esperando quizás un milagro médico, incluso en las propias unidades de cuidados intensivos o en la cama solitaria y fría de una habitación hospitalaria marcado con un número como cabecera. 
 
Volviendo a la escena que nos representa el pintor hay protagonistas que han desaparecido definitivamente. En primer lugar, los niños nunca aparecen, es más a estos se les oculta la muerte, no se les habla de ella como si de un tabú se tratase, y por supuesto la presencia religiosa y espiritual ha sido sustituida por las actuaciones de experimentados profesionales sanitarios, más o menos eficaces, aunque con resultados realmente poco satisfactorios para esta situación. De este reparto de protagonistas, ya solamente nos queda la figura del médico, la cual sigue estando presente y a la que se recurre cuando estamos ante estas situaciones, aunque quizás no de la misma forma, ya que ha desaparecido el trato, para ser sustituido por mucho tratamiento y donde a pesar del despliegue técnico que se hace, se pone en tela de juicio, en no pocas ocasiones, la función humanitaria que debe tener el médico, y que no es otra que la de acompañar. 
 
Nadie puede dudar de que la Medicina ha experimentado un cambio, a veces vertiginoso, donde el médico se ha convertido en un científico, en un técnico, con amplísimos conocimientos sobre procesos patológicos, sobre seguimiento de pautas y protocolos, incluso con amplio cumplimiento de las normas legales, para evitar posibles responsabilidades. En este sentido, cierto es que no existe ninguna ley que exija u obligue al médico a ser cercano, a transmitir serenidad, a sonreír o a ser afectivo, a sentarse al lado del paciente, e incluso a coger su mano, no vaya a ser que con estos actos se consiga perder el aura del médico y su supremacía sobre el paciente. Y lo peor de todo esto, es que estas prácticas cada vez son más habituales y, que a buen seguro muchos de los que lean estas reflexiones habrán experimentado de manera personal, observando como el médico que jamás sonríe a un paciente, jamás le habla con ternura, que jamás se sienta junto a él, o incluso jamás le da la mano, refleja un verdadero distanciamiento y que en definitiva traduce que no es un buen profesional y que quizás tenga confundido su papel, pues le falta humanidad, empatía, compasión, solidaridad, precisamente son los valores que proclama ancestralmente la Medicina y que son los más necesarios y los que deben aflorar cuando se trata de ayudar a las personas para que puedan afrontar su propio proceso patológico.
 
Todos hemos experimentado el dolor como expresión de nuestra finitud y nuestros límites tanto físicos, como psíquicos, afectivos y espirituales, cuestiones que se manifiestan cuando enfermamos y que se acrecientan con el final de la vida y con la llegada inminente de la muerte, la cual se convierte en la experiencia radical del dolor en todos esos sentidos. Tanto con la presencia del dolor como la cercanía de la muerte son una auténtica separación de los lazos fundamentales de la vida. Por eso, experimentamos el dolor y la muerte como auténticas situaciones de degradación, donde no decidimos ponernos enfermos ni morir, es algo que ocurre constantemente a nuestro alrededor y además sabiendo que, en algún momento, nos tendrá que llegar y donde cuestiones de las que tanto se habla, como nuestra autodeterminación y libertad, característica esencial de los proyectos de vida, se pondrán en nuestra contra.
 
Quizás por eso, representamos y consideramos tanto la enfermedad como la muerte como sucesos anti-naturales, e incluso nos permitimos plantearnos si son justos. Nos sorprende lo cotidiano tanto del enfermar como del morir, y ante ello lo negamos y tratamos de ocultarlo, o bien tratamos de darle un sentido o explicación. 
 
Pero, ¿tienen sentido tanto el dolor como la muerte? No es fácil dar una respuesta y siempre se ha intentado responder, en base a criterios y concepciones culturales, religiosas, filosóficas e incluso creencias. Ante esto, la ética médica ofrece dos caminos: uno, con base racional, que permite establecer deliberaciones en referencia a las diversas y, en ocasiones, críticas decisiones que deben tomar continuamente los médicos, sin olvidar las que deben tomar los pacientes y los familiares, para que resulten más sencillas, llegados esos momentos; y otra, tan importante o quizás más, básicamente humana, y referida a la tan olvidada ética del cuidado, la cual resulta consustancial al papel del médico, manifestado tanto en el acompañamiento de la propia enfermedad como en el proceso del morir; y donde se plasma de manera objetiva la referida empatía, la compasión, y la superación del espacio y del tiempo, del dolor y de la muerte.
 
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