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El 33% de los niños en el mundo está desnutrido u obeso, según UNICEF

Uno de cada tres niños menores de 5 años en el mundo no está recibiendo la alimentación adecuada para su buen desarrollo como adultos, ha alertado el Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF), que advierte de la creciente "triple carga de malnutrición" a nivel mundial, con cada vez más niños desnutridos pero también obsesos.

«Para cada niño y adolescente en cualquier parte, la comida es vida, un derecho fundamental y la base de una nutrición saludable y un desarrollo físico y mental sano», sostiene la directora ejecutiva de UNICEF, Henrietta H. Fore, en el prólogo del último ‘Estado Mundial de la Infancia 2019’ que en esta ocasión lleva por título ‘Infancia, alimentación y nutrición: creciendo bien en un mundo cambiante’.

 
Según Fore, «demasiados de nuestros niños y jóvenes no están recibiendo las dietas que necesitan, lo cual está lastrando su capacidad para crecer, desarrollarse y aprender con su pleno potencial».
 
En la actualidad, uno de cada tres niños en el mundo presenta malnutrición en una de sus tres formas: desnutrición, deficiencia de vitaminas y minerales, y sobrepeso. Unos 149 millones se enfrentan a desnutrición crónica –baja estatura para su edad– y casi 50 millones padecen desnutrición aguda, mientras que hay 340 millones que se enfrentan a la llamada ‘hambre oculta’ y el número de menores obsesos sigue en constante crecimiento.
 
En lo que se refiere a la desnutrición crónica, según sostiene UNICEF, es tanto un síntoma de las privaciones pasadas como una predicción de la futura pobreza, mientras que la desnutrición aguda puede llegar a ser letal, en particular en su forma más severa, siendo el problema más extendido en Asia.
 
A nivel mundial, uno de cada dos niños menores de 5 años presenta lo que se conoce como ‘hambre oculta’, debido a deficiencias en la ingesta de vitaminas y otros nutrientes esenciales, como el hierro. Este último factor reduce su capacidad de aprender.
 
La obesidad entre los niños y adolescentes ha aumentado de forma acusada entre 2000 y 2016, pasando de representar a uno de cada diez a ser en la actualidad uno de cada cinco los que presentan este problema. Los niños obesos pueden terminar desarrollando a edad temprana diabetes de tipo 2, además de sufrir estigmatización y depresión. UNICEF también advierte de que puede desembocar en adultos obesos, con las consecuencias económicas y sanitarias que ello conlleva.
 
Uno de los principales motivos para esta «triple carga de la malnutrición» es que dos de cada tres niños en el mundo no ingieren la dieta mínima recomendada que garantice su crecimiento y desarrollo saludables.
 
Así, solo dos de cada cinco niños menores de 6 meses reciben lactancia materna exclusiva, como recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS), pese a que con ello se podría salvar a 820.000 niños en el mundo cada año. Como resultado de este hecho, la venta de leches de fórmula ha aumentado un 41 por ciento a nivel mundial y un 72 por ciento en países de renta media como Brasil, China o Turquía entre 2008 y 2013.
 
Según el informe de UNICEF, el 44 por ciento de los niños de entre 6 y 23 meses no ingieren frutas o vegetales y el 59 por ciento no toman huevos, productos lácteos, pescado o carne. En el caso de los hogares más pobres y en las zonas rurales, solo uno de cada cinco niños de esta edad recibe la dieta mínima recomendada.
 
En el caso de las ciudades, muchos niños pobres viven en lo que se conoce como ‘desiertos alimentarios’, donde no es fácil acceder a opciones saludables de alimentación, o en ‘pantanos alimentarios’ en los que tienen ante sí una abundancia de alimentos altamente calóricos, con pocos nutrientes y comidas procesadas.
 
Según la agencia de la ONU, el 42 por ciento de los adolescentes consumen bebidas carbonatadas al menos una vez al día y el 46 por ciento ingieren al menos una vez por semana comida rápida. En el caso de las familia más pobres, se ven abocadas a elegir alimentos de peor calidad pero que cuestan menos.
 
Los efectos del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y los daños al agua, el aire y el suelo están empeorando las perspectivas nutricionales de millones de niños y adolescentes, especialmente los más pobres, precisa UNICEF, que sostiene que «las dietas pobres son actualmente el principal factor de riesgo» para las enfermedades a nivel mundial.
 
Así las cosas, apuesta por poner la nutrición de los niños en el corazón de los sistemas nacionales alimentarios y por incentivos fiscales para recompensar a quienes ofertan comida saludable y asequible, especialmente en las comunidades de pocos ingresos. Como contrapartida a la llamada comida basura, propone por ejemplo introducir impuestos a las bebidas azucaradas para reducir su consumo entre los menores.
 
También apuesta por entornos alimentarios en los que se promueva y se apoyen las dietas saludables, por estrategias de comunicación que animen a comer de forma saludable y por una mayor regulación del marketing alimentario, incluidas etiquetas más completas de los productos alimentarios para que se puedan tomar decisiones informadas.
 
Así las cosas, Fore defiende la necesidad de «trabajar por una mejor nutrición para todos los niños, especialmente en los cruciales primeros 1.000 días de vida y durante la adolescencia, las dos ventanas de oportunidad sin parangón».
 
«Esta es una batalla que no podemos ganar solos», destaca la responsable de UNICEF, subrayando que es necesaria también «la determinación política de los gobiernos nacionales, respaldada por compromisos financieros claros, así como políticas e incentivos que animen al sector privado a invertir en comida nutritiva, segura y asequible».
 
«Una buena nutrición allana el camino para una oportunidad justa en la vida», advierte Fore, llamando a todos a trabajar «para garantizar que todos los niños, adolescentes y mujeres tienen la dieta nutritiva, segura, asequible y sostenible que necesidad en todo momento en su vida para cumplir su pleno potencial».
 
Unicef advierte de que en España casi un 35% de los menores de 16 años tienen exceso de peso, de ellos un 14% es obeso
 
Un 34,9 por ciento de los niños, niñas y adolescentes (de 8 a 16 años) en España tienen exceso de peso, de ellos un 20,7 por ciento tienen sobrepeso y un 14,2 por ciento obesidad, ha advertido el Comité Español del Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF), que ha elaborado un informe sobre la situación en España, junto con la Gasol Foundation.
 
La presentación de este informe coincide con la publicación del internacional, donde UNICEF alerta de que uno de cada tres niños menores de 5 años en el mundo no está recibiendo la alimentación adecuada para su buen desarrollo como adultos, así se observa una creciente «triple carga de malnutrición» a nivel mundial, con cada vez más niños desnutridos pero también obsesos.
 
Los datos nacionales son los últimos datos disponibles, recogidos este año dentro del estudio Pasos en 3.803 niños de toda España, que además muestran que el porcentaje de población infantil y adolescente con obesidad abdominal es del 23,8 por ciento es prácticamente un 10 por ciento superior al porcentaje de obesos según el IMC (14,2%).
 
No obstante, los investigadores – más de 50 pertenecientes a 13 centros de investigación repartidos por todo el territorio- alertan que en España se puede estar infradiagnósticando la epidemia de la obesidad infantil si solamente utilizamos como indicador el IMC. A su juicio, se evidencia la necesidad de incorporar la medición de la circunferencia de la cintura como un indiciador de la obesidad en la infancia.
 
En cualquier caso es un dato desalentador, si se tiene en cuenta que los niños españoles están por encima de la media europea que se sitúa aproximadamente sobre el 25 por ciento con peso. Asimismo, el estudio PASOS ha evidenciado que la prevalencia de obesidad abdominal se ha incrementado en un 7,9 por ciento en las dos últimas décadas.
 
Los datos también señalan la existencia de una asociación entre la pobreza relativa y las cifras de exceso de peso en España. Así, la prevalencia de exceso de peso es menor (31,9%) entre los participantes que asisten a un centro educativo ubicado en una zona con un porcentaje de pobreza relativa inferior al 10 por ciento.
 
Para el siguiente rango de pobreza relativa (entre el 10% y el 15%) la prevalencia es ligeramente superior (32,3%), y la cifra va creciendo considerablemente a mayor porcentaje de pobreza relativa alcanzando el valor máximo (39,5%) para los participantes que asisten a un centro educativo ubicado en una sección censal con un porcentaje de pobreza relativa de entre el 30% y el 40%.
 
Sin embargo, se observa una menor prevalencia de exceso de peso (34,2%) entre los que asisten a un centro educativo con un porcentaje de pobreza relativa superior al 40%, quebrando así la tendencia lineal creciente observada al estudiar la asociación entre la pobreza relativa y la prevalencia de exceso de peso.
 
Varias hipótesis se han formulado alrededor de este resultado, por ejemplo, probablemente se trata de población beneficiaria programas saludables como el de becas comedor o por el contrario que su situación económica de su familia bloquea el acceso incluso a los alimentos de comida basura que promueven la obesidad infantil.
 
Concretamente se estima la prevalencia de obesidad infantil según IMC y según obesidad abdominal para el grupo de participantes que asiste a una escuela ubicada en una sección censal con un porcentaje de pobreza relativa inferior al 20% y el grupo con un porcentaje de pobreza relativa superior o igual al 20%.
 
Como se puede observar tanto la prevalencia de obesidad según IMC (15,6%) como la de obesidad abdominal (25,6%) es superior en el grupo con un nivel de pobreza relativa mayor respecto al grupo con un nivel de pobreza relativa inferior, para el que la prevalencia de obesidad infantil según IMC es de un 13% y la de obesidad abdominal es de un 23,2%.
 
Por un lado, señalan los hábitos alimenticios. El problema es el actual sistema que favorece un entorno en el que los alimentos procesados y bebidas azucaradas estén permanentemente accesibles en casa, en el entorno educativo, en los espacios de ocio, en los comercios y en los restaurantes. Además, y en demasiadas ocasiones, a precios más asequibles («calorías baratas») que los alimentos más sanos y nutritivos.
 
Aunque las cifras de ejercicio físico entre los niños y adolescentes en la última década parecen haberse incrementado aún están por debajo de la recomendaciones internacionales. Según el estudio PASOS de la Gasol Foundation, el 63,6 por ciento de los niños y adolescentes no cumplen la recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 60 minutos al día de actividad física moderada o vigorosa.
 
El excesivo tiempo dedicado a las pantallas (TV, ordenadores, teléfonos y tabletas), junto con la escasa disponibilidad de espacios (por ejemplo, parques) e instalaciones deportivas adecuadas, seguras y accesibles, son factores que forman parte de ese entorno obesogénico. «Estas circunstancias se dan especialmente en las ciudades y para los niños y niñas con menor capacidad adquisitiva», alertan en el informe publicado este martes.
 
Otros factores relacionados con la obesidad infantil tiene también que ver con el peso de los progenitores, la posibilidad de ser un niño obeso cuando al menos uno de los progenitores es obeso es entre 3 y 4 veces mayor. Además de los posibles condicionantes genéticos o relacionados, la influencia más relevante son los hábitos alimentarios y los estilos de vida que se comparten en el hogar.
 
Por ejemplo, explica el documento, «los estilos parentales que establecen límites y a la vez son comunicativos con los hijos y establecen vínculos afectivos fuertes, están asociados a menores tasas de obesidad, al igual que las tasas de obesidad infantil son menores en las familias que hacen al menos una comida al día juntos».
 
«Son varios los planes y políticas públicas que, junto con la colaboración privada, pueden contribuir a la prevención (y en su caso, al tratamiento) del sobrepeso y la obesidad infantil», señalan en el informe.
 
En concreto, destacan que la prevención se construye desde las elecciones personales y el nivel familiar hasta la dimensión internacional, desde los hábitos de alimentación en casa o la realización de actividad física, hasta los sistemas de producción y comercialización de alimentos, pasando por las normativas nacionales e internacionales y la intervención desde los sistemas educativos, de salud o de protección social.
 
El estudio propone cinco áreas en las que trabajar. La primera es invertir en políticas de prevención de la obesidad infantil; la segunda, activar intervenciones comunitarias multinivel y multicomponente; le sigue, incrementar las horas y la calidad de la educación física; reforzar formación de los equipos de pediatría sobre la obesidad, y, por último, impulsar el plan nacional contra la obesidad infantil.
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