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Dr. Rodrigo Gutiérrez: «Temas (problemas) candentes»

El objetivo de un sistema sanitario público, según sostiene el Dr. Gutiérrez a lo largo de este artículo, es que la asistencia sea prestada en términos de calidad, universalidad, no discriminación y gratuidad. Si no cumple estos objetivos el resto no tiene mucho sentido y el criterio es propio de los sistemas y empresas privadas

 

Madrid, 24 de mayo 2013 (medicosypacientes.com)

«Temas (problemas) candentes»

Rodrigo Gutiérrez. Jefe de Servicio de la Dirección General de Salud Pública de la Consejería de Sanidad y Asuntos Sociales)

Por una serie de características que sería largo de enumerar, pero que a estas alturas resultan sobradamente conocidas, como su gran impacto social y económico, su visibilidad, la cualificación de sus profesionales, etc. el sector sanitario es uno de los ámbitos más sensibles para la sociedad y para la opinión pública y, por tanto, cualquier medida que suponga un cambio o modificación de lo existente exigiría un mayor esfuerzo de transparencia y explicación a la ciudadanía por parte de los gobernantes y responsables políticos.

Sin embargo, al margen de tertulias mediáticas y artículos de prensa aislados, se echa de menos la existencia de un debate público serio, informado, riguroso y amplio, sobre alguna de las (drásticas) medidas que se están adoptando en el sistema sanitario y la trascendencia de las mismas. Ni siquiera en el ámbito parlamentario se han dado explicaciones claras y suficientes sobre determinadas decisiones, que parecen impuestas desde centros de menor legitimidad democrática, cuando no bastante ajenos al interés general.

Hace pocas semanas una prestigiosa firma de consultoría publicaba un Informe que recoge los que a su juicio son los temas candentes de la sanidad en este año 2013. El documento, (PwC. Diez temas candentes de la Sanidad española para 2013), reconoce y pone en evidencia que las crisis económicas tienen efectos sociales y sobre la salud, al crear más grupos sociales vulnerables, alterar el patrón de riesgos de la enfermedad y provocar cambios en las necesidades de la población y en la demanda de servicios. Además, como sabemos, la crisis actual ha dado lugar a importantes recortes y restricciones en el gasto público, lo que afecta al gasto sanitario y consecuentemente a la capacidad de respuesta del sistema sanitario a esas necesidades.

Sostenibilidad y eficiencia son dos de esas palabras fetiche de la ciencia lúgubre que en los últimos tiempos casi nos hemos acostumbrado a escuchar imperturbables, y en cuyo nombre pueden acometerse grandes cambios, pero también justificarse numerosas tropelías…

El epígrafe dedicado al SNS en el Programa Nacional de Reformas, un documento elaborado en abril de 2012 y presentado en Bruselas, decía textualmente [el subrayado es nuestro]: «El objetivo fundamental de la reforma sanitaria es garantizar la sostenibilidad del Sistema público Sanitario (sic) basándose en un modelo que preserve el derecho de los ciudadanos a la protección de su salud y que se asiente sobre fundamentos económico-presupuestarios sólidos que lo hagan duradero en el tiempo.» Y continúa: «Para hacer sostenible el sistema sanitario español se han aprobado reformas que racionalizan el gasto sanitario e introducen disciplina presupuestaria, permitiendo una gestión de éste más eficiente.»

Como criterio general no deja de resultar estúpido: cualquier sistema es sostenible si se supedita el objetivo principal a su sostenibilidad. El objetivo de un sistema sanitario público es que la asistencia sea prestada en términos de calidad, universalidad, no discriminación y gratuidad. Si no cumple estos objetivos el resto no tiene mucho sentido y el criterio es propio de los sistemas y empresas privadas: lo primero la cuenta de resultados y lo demás viene después (lo que por otro lado resulta bastante coherente con las medidas privatizadoras que se están adoptando en la sanidad). Lo mismo se dice sobre el sistema de atención a la Dependencia: «…se abordará una reforma integral del Sistema de Atención a la Dependencia para garantizar su sostenibilidad.»

Para algunos de los conspicuos expertos que a diario sientan cátedra con sus postulados y recomendaciones una de las preguntas clave debiera ser: ¿podremos sostener el SNS en las actuales condiciones de universalidad, amplitud de cartera de servicios, accesibilidad geográfica y temporal, y calidad asistencial? La respuesta sería un «sí condicionado»: es decir, si hacemos algunas cosas y dejamos de hacer otras, podremos conseguir garantizar esa al parecer deseable sostenibilidad sanitaria.

En los dos últimos años la mayoría de los gobiernos están adoptando medidas rápidas de ajuste y recortes presupuestarios, teóricamente para conseguir ahorros inmediatos y con impacto visible en el déficit público; sin embargo, los efectos de esas medidas a medio/largo plazo no siempre son evaluados o tenidos en cuenta. Por eso, insiste el Informe, es fundamental realizar un análisis del impacto de las medidas de contención y austeridad, diferenciando las medidas positivas que permiten obtener mayor eficiencia sin que se afecte la calidad (por ej. eliminación de procedimientos innecesarios, reducción del despilfarro), de aquellas otras que, aún efectivas a corto plazo en cuanto a disminución del gasto, pueden ser negativas a corto, medio y largo plazo para el estado de salud e incluso, a medio y largo plazo, pueden tener un impacto económico negativo.

Ya hemos comentado que, con demasiada frecuencia, se viene haciendo un uso indebido de la palabra eficiencia desde el punto de vista económico. Muchos responsables políticos, la emplean en el sentido de productividad, aunque a veces no son conscientes de ello. La eficiencia tiene que ver con la posibilidad de un sistema económico de mejorar un objetivo reasignando recursos, lo que es diferente de pretender aumentar el objetivo con menos recursos (lo que en la práctica suele traducirse en una reducción de la calidad de los servicios).

En un artículo editorial publicado hace ya dos años en la Revista de Calidad Asistencial (Garantizar la calidad del Sistema Nacional de Salud en tiempos de crisis: sólo si nos comprometemos todos), José Ramón Repullo hablaba realmente de facilitar la sostenibilidad interna del sistema, para lo cual era «fundamental identificar algunos reservorios que permitan extraer y reasignar recursos para reinvertir en calidad de servicios.»

Cito aquí un par de propuestas que indicaba:

«Priorizar lo que añade más valor: no siempre los principales esfuerzos se dedican a aquello que añade más valor (suele decirse que es preferible hacer regular algo importante que muy bien algo irrelevante). …toca concentrar los esfuerzos en lo más efectivo (mayor ganancia de cantidad y calidad de vida relacionada con la salud), lo más grave (aquellos cuya calidad de vida es más baja) y lo más práctico (aquellas estrategias preventivas, asistenciales o paliativas que presenten mayor factibilidad en el contexto de nuestras organizaciones).»

«Fomentar y desplegar motivaciones intrínsecas y trascendentes: no se avanzará en la reasignación de recursos ni en la necesaria cooperación de los profesionales si no se consigue despertar la motivación por el trabajo bien hecho (intrínseca) y por ayudar a los demás (trascendente). Esta motivación no va a venir de arriba abajo vía incentivos extrínsecos, dado el notable deterioro de la legitimidad de los políticos y gestores; se precisa un liderazgo trasformador anclado en los propios protagonistas del sector sanitario.»

Sobre esta idea, el Informe de PwC señala que uno de los aspectos más importantes a considerar para que las reformas tengan éxito es conseguir explicar a los profesionales y la sociedad los motivos que las impulsan y ser honesto con los posibles impactos que los recortes propuestos tendrán en los servicios sanitarios. Sólo así es posible tener un cierto grado de legitimación que, en la medida de lo posible, permita una mejor aceptación de los recortes. Es exigible la máxima transparencia en el mensaje y contar con la implicación de los profesionales sanitarios y los ciudadanos.

Finalizaba Repullo aquel editorial señalando: «El pesimismo es el arma de los que quieren hacer negocios con la salud, pero el optimismo autocomplaciente y acrítico ha abonado, precisamente, la situación actual; (…) Necesitamos, pues, alejarnos de estos dos modelos deletéreos de comprensión de la realidad; en otros términos, abandonar el «confortable estado del malestar» (todos felices echando las culpas a otro de nuestros males) e invertir la senda actual de desorden, abandono y entropía.» (…)

Pues eso.

 

 

 

 

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