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Dr. Rafael Sánchez Arroyo: «Miedo a la transparencia»

El autor de este artículo, el doctor Rafael Sánchez Arroyo, reflexiona sobre la posible repercusión de la aplicación de la futura  Ley de Transparencia en el ámbito sanitario, cuyo debate parlamentario se puso en marcha recientemente

 

Madrid, 11 de junio 2013 (medicosypacientes.com)

«Miedo a la transparencia»

Dr. Rafael Sánchez Arroyo. Especialista en Microbiología y Parasitología, 
y en Medicina Preventiva y Salud Pública

Hace más o menos un año, el gobierno abrió una página web (http://www.leydetransparencia.gob.es/anteproyecto/index.htm) para recoger las sugerencias de los ciudadanos sobre el anteproyecto de ley de Transparencia, Acceso a la Información Pública y Buen Gobierno. Según se indica en su portada, se recibieron 80.000 visitas y 3.600 contribuciones. Sobre un censo electoral de unos 36 millones de potenciales votantes, esa cifra supone tan solo 1 de cada 10.000 electores. Sería interesante calcular también la proporción sobre el total de «indignados», de «tertulianos expertos en todo» o de «enterados» que pululan por doquier. Amas de casa, taxistas, panaderos, médicos, profesores, sindicalistas, funcionarios municipales, actores, periodistas, deportistas o agricultores aportan a diario en sus lugares de trabajo, en bares y en gimnasios, en trenes y en ferias del libro, en sus casas y en los patios de vecinos soluciones a la crisis e ideas magníficas para mejorar la función pública o acabar con la corrupción. Pero cuando llega la hora de poner blanco sobre negro esas opiniones se encuentran menos ciudadanos dispuestos que justos en Sodoma y Gomorra. Para que luego nos quejemos de que los políticos hacen y deshacen a su antojo y disfrutan del gin tonic a precios reducidos en la cafetería del Congreso de los Diputados.

Iniciado hace unos días el debate parlamentario del proyecto de ley, parece que los puntos calientes sean cómo va a afectar la norma a la Casa Real o quién va a supervisar el buen gobierno de las Comunidades Autónomas. Pero, como tantas veces, el árbol no deja ver bosque.

Con esta ley, tal como está, los hospitales seguirán sin estar obligados a presentar sus resultados en términos de efectividad y eficiencia. Seguiremos sin saber ?si los responsables no quieren- las tasas de mortalidad de las diferentes intervenciones quirúrgicas por centros y servicios. Los casos de infección nosocomial podrán seguir sujetos al secreto corporativo, a pesar del EPINE. Los tejemanejes para nombrar amiguetes en cargos que deberían ser exclusivamente técnicos podrán continuar siendo vox populi, pero indemostrables. Tampoco hay obligación, como hice notar en mi aportación, de mantener en el tiempo los datos publicados en las webs oficiales para poder disponer de series históricas. ¿Han visto la rapidez con la que desaparecen algunas informaciones sin que dé tiempo a que casi nadie las lea? Y las exigencias de buen gobierno no afectan más que a los altos cargos. Así que un gerente de Primaria, un director de hospital o el de un servicio o una unidad de gestión clínica quedan excluidos.

No digo que, por ejemplo, haya que publicar las nóminas de cada uno de los profesionales sanitarios del sistema público, pero quizá estaría bien que los salarios promedio de las diferentes categorías profesionales en cada centro fueran públicas, con sus componentes bien desglosados. Igual que el coste real de cada actuación, asistencial o no, preventiva, diagnóstica o terapéutica.

Esto implica disponer de buenos sistemas de contabilidad analíticas y de gente bien formada que los gestione. Y antes, que los sistemas de información básicos sean considerados estratégicos y tratados en consecuencia. Que la identificación inequívoca de pacientes y  la codificación de pruebas diagnósticas, suministros o resultados clínicos no sea considerada una actividad «de segunda» que pueda dejarse en manos de personal poco cualificado y sin un entrenamiento específico.

Podemos utilizar la tecnología para seguir «haciendo palotes» como en la época de los contables con manguitos o para disponer de datos de calidad y analizarlos de manera eficiente con una orientación a la toma de decisiones en busca de la excelencia. Podemos perder el miedo a la transparencia o seguir como hasta ahora, no vaya a ser que los demás se enteren de que no somos perfectos. Seguro que se llevaban una sorpresa.

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